Los jóvenes visten el uniforme deportivo de su colegio y, aunque solo restan cinco minutos para empezar clases, esperan sentados en una esquina aledaña a la institución, en el norte de Quito. No prestan atención al profesor que advierte con voz firme que se apresuren, pero atienden a la pregunta de una extraña: ¿Aquí se vende droga?
Uno de los alumnos, despreocupado al hablar, lo admite, sin preámbulo: “Adentro del colegio sí venden”. No ha visto a ninguno de sus compañeros consumir, pero sabe que los baños son los espacios donde ocurre aquello.
Según la última encuesta nacional sobre el consumo de drogas en estudiantes de enseñanza media, realizada por el Consejo Nacional de Sustancias Psicotrópicas y Estupefacientes (Consep), el 23% de colegiales estima que le sería fácil conseguir marihuana; al 11% no le parece difícil acceder a cocaína y al 6%, a pasta base.
Fernando Proaño, jefe provincial de la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen), asegura que para que se expenda droga en el interior de las instituciones educativas los pequeños vendedores hacen amistades.
“Desconocidos atraen la atención de dos o tres muchachos del colegio, para que ellos se relacionen con el resto de compañeros y puedan ofrecer y comercializar drogas”, refiere el agente. Durante el 2010, su unidad detuvo a 246 menores de 18 años por el porte ilegal de droga en el país.
Un agente de Inteligencia de Antinarcóticos señala que detrás del expendio de droga a los colegiales hay mafias. “Los expendedores callejeros no siempre llegan a acuerdos con los estudiantes para que vendan la droga en los planteles. Hemos detectado que amenazan con hacer daño a sus familias si no entregan la cantidad de dinero establecida por la venta de droga. Incluso un chico está amenazado de muerte y ahora teme ir a clases”, revela.
El Consep registra que el consumo de cocaína es ligeramente mayor en colegios privados: el 2,5% de consumidores prefiere esta droga, frente a 2,1% en los colegios fiscales. “La venta de droga es bastante similar en colegios particulares y fiscales, la diferencia radica en el tipo de droga que consume el uno y el otro”, dice el oficial de Antinarcóticos. “En planteles fiscales es usual la marihuana y la pasta básica de cocaína, cuyos precios oscilan entre USD 1 y 5. El costo de una dosis de cocaína va de USD 5 a 10”.
El agente de Inteligencia añade que, para abaratar los costos de las dosis de droga, las mafias mezclan la marihuana con orégano, hierba seca, estiércol de ganado seco; y, en el caso de la cocaína, con cemento blanco, yeso, harina, para aumentar el volumen.
“Del estudio que se dio a conocer en el 2008 (la encuesta), el dato más alarmante fue el que determinó que los chicos están empezando cada vez más pronto el consumo de drogas, particularmente el alcohol y, a través de este, otro tipo de sustancias más fuertes” como los inhalantes, refiere Juan Carlos Villacís, coordinador general del Consep.
PDF – Peso: 111KB – Consumo y expendio de drogas en menores de edad
Tres jóvenes de 15 años, que visten mallas y pertenecen a un colegio privado, caminan por la calle Ignacio de Veintimilla, entre la 6 de Diciembre y 12 de Octubre. De drogas no solo han escuchado las cortas exposiciones preparadas por sus compañeros, sino que saben del expendio de este tipo de sustancias dentro y afuera del colegio. “Había un chico que vendía marihuana, pero lo expulsaron. Afuera hay más vendedores”.
La encuesta del Consep develó que 22,6% de colegiales cree que los alumnos llevan droga al colegio; mientras que el 30,2% percibe que los alumnos compran narcóticos en los alrededores.
“En los alrededores no quiere decir en la puerta del colegio. Los expendedores están en los parques cercanos y en las esquinas y calles desoladas”, dice a este Diario el agente de Inteligencia.
“El problema del consumo de drogas es multicausal. Los chicos empiezan por la influencia de los compañeros, pero también por conflictos personales como la disfunción familiar y la ausencia de la figura materna o paterna”, explica Fabián Araujo, psicólogo de Fundación Nuestros Jóvenes.
Magola Murillo, coordinadora provincial del uso indebido de drogas del Ministerio de Educación, habla de proyectos preventivos que se llevan. Uno de ellos, abarca a 112 establecimientos de educación media, con estudiantes de los quintos y sextos cursos.
Sentados en la puerta de un local comercial, siete estudiantes de un colegio del Centro Histórico de Quito hacen tiempo para ir a casa. “Por casos que se dieron en el colegio, recibimos charlas para prevenir el consumo de drogas”, dice y uno de ellos y los demás asienten, sonrientes. “Hace un mes expulsaron a seis por vender droga adentro”, comentan.
Los estudiantes, que acuden a un centro regentado por religiosos, identifican dos tipos de droga: ‘la chola’, que la compran por USD 2 y ‘el punto rojo, cuyo valor es USD 5, dependiendo la cantidad. Se refieren a la pasta base y a la cocaína. “La diferencia entre las dos es el vuelo”, dicen. “Para armar la pipa de marihuana se utilizan ‘cueros’ (papel de cigarro). A veces los venden con la droga, sino son fáciles de conseguir en los mercados artesanales”.
Los vendedores de caramelos en el exterior de un colegio dicen que hay comerciantes que llegan con dulces para vender droga. Los jóvenes reciben las dosis en fundas o en cajas de fósforos.