No creo que deba confundirse la crisis del correísmo con la crisis del populismo. Todo hace suponer que el próximo gobierno – sea de la tendencia que fuere – llegará al poder al anca del populismo.
Podría ser que se supere la exclusión de los que no piensan al igual que el poder y que se abra un espacio de diálogo y conciliación, que permita recuperar la convivencia en términos democráticos. Sin embargo, esta esperanza no encuentra sustento. No aparecen políticos que estén a la altura de las circunstancias y que promuevan una sociedad moderna y democrática. Tampoco la ciudadanía parece dispuesta a dar el giro cultural que exige el cambio, ni a aceptar los sacrificios que traerán los indispensables ajustes que exige la actual situación económica.
Al cabo de nueve años de gobierno la herencia es negativa: en al ámbito social deja un país dividido en dos y al borde del caos en el económico. Estamos en un hoyo, que en forma de bomba de tiempo ha de explotar tarde o temprano, en las manos de quienes la construyeron, que sería lo justo, o en las que las reemplacen.
Con una caída significativa del PIB; una contracción del 47%; con un Estado obeso y glotón; un gasto corriente que lindera con el 28% del PIB; con un petróleo comprometido por años y una deuda externa que ha superado el límite que impone el sentido común, no se puede salir con paños tibios ni sabatinas.
El heredero se verá forzado a realizar profundos cambios en el manejo de la economía, con el consiguiente impacto social. Le será inevitable reducir el tamaño de un Estado, eliminando ministerios y organismos que son fuente de gastos, así como una burocracia abultada por el clientelismo.
La Función Judicial tendrá que ser reorganizada de la cabeza a los pies, para que vuelva a ser independiente y los jueces dejen de sentirse empleados del Ejecutivo.
Habrá que amarrarse los pantalones y enfrentar a los chinos, renegociando contratos y deudas, aceptados sin condiciones por el ansia de obtener recursos.
Y lo que es de igual importancia, urge restablecer los organismos de control, con la decisión de dar con las pústulas que han infectado la contratación pública.
Todo ello es obra de titanes y solamente podrá lograrse con un pacto entre la sociedad y el poder, lo que no se alcanzará si la élite política no propone soluciones sin medir su impacto electoral. Pero hasta ahora no se escucha una propuesta, ni una estrategia para enfrentar los problemas que día tras día se complican más. Me temo que lo que la razón pide no se dará y que continuaremos con los discursos vacíos y las ofertas que no se pueden cumplir; es decir, con un populismo del mismo color o apenas retocado, que para mal es lo que la comunidad quiere oír.