Una de las ideas que despierta profundas emociones en el ser humano es la de patria. La noción de patria está unida a entrañables imágenes que evocan un paisaje, un cielo, un horizonte, un país; realidades unidas todas ellas a historias familiares, al destino de una comunidad. En todo pueblo existe un trasfondo de vivencias compartidas que alimentan la memoria colectiva, la leyenda de una estirpe fundadora; una saga de héroes con hazañas, sufrimientos, victorias y derrotas; la conquista y la defensa de una tierra. Todo ello evoca la sangre y el espíritu de un pueblo, confluye en esa particular emoción de sentirnos parte de algo grande, de pertenecer a una patria. Y porque a la patria se la lleva en lo sensible del corazón, paradójicamente se la siente más cercana cuando estamos lejos de ella. El inmigrante, al igual que el hijo pródigo, nunca dejará de añorar la casa del padre que dejó atrás.
A diferencia de la nación (entidad de reciente data), la idea de patria se nutre de una tradición que se remonta a la antigüedad clásica, a la patria “communis”, la tierra de un pueblo, el terruño, la querencia a la que siempre se vuelve, el lugar donde yacen los antepasados. Patria es palabra derivada del “pater” latino, la casa de los padres, la tierra que se hereda. La noción que de ella tenemos conserva ese hondo significado que conlleva esa relación ancestral y emotiva que guardamos con ese lugar que nos vio nacer, la pertenencia al suelo que nos nutre y nutrió a nuestros antepasados, la fidelidad a un destino común. En palabras de Charles Maurras, la patria evoca en quien la vive y la siente, “la tierra y los muertos”.
Pensando desde nosotros, desde nuestra cultura hispanoamericana, creo que más pertinente sería llamarla “matria”; esto es, algo muy entrañable para pueblos como los nuestros y en los que los lazos afectivos con la madre cuentan más que los cálculos racionales. Matria he dicho; esto es, la gran madre paridora y nutridora, como la tierra misma, la que acoge en su seno a la numerosa prole, la matrona, la mama grande, la Pachamama de los ancestrales pueblos andinos. Ya sea patria o matria, la verdad es que estos términos guardan un carácter totalizador y en cuyo remoto origen laten los imborrables lazos de la consanguinidad.
No obstante de ello, los procesos de interculturalidad unidos a los de la civilización tecnológica provocan, en las naciones modernas, cierta amnesia del pasado y una visión nebulosa del origen, por lo que la concepción de una comunidad nacional tiende a ser, en la actualidad, más espacial que consanguínea. Sin embargo, en nuestros pueblos no ocurre lo mismo; aquí, el pasado convive con el presente y lo pretérito es actualizando cada día por la memoria. Por lo demás, siempre será condenable la actitud de aquellos populistas que apelan al noble sentimiento de patria con el fin de movilizar las masas hacia proyectos políticos de carácter partidista y coyuntural.