Quien llega primero a la cúspide es el ganador. Esa es la única regla para concursar en el palo ensebado. El resto es cuestión de técnica. Algunos escalan sin camisa ni zapatos y otros pisan a su rival para ganar altura. Resbalan y caen, pero vuelven a intentarlo.
Sobre la arena negruzca de la Playita del Guasmo, en el sur de Guayaquil, un montón de niños se apilaron junto a un pedazo de caña guadúa. Estaba cargado con caramelos, galletas, colas, fideos, jarras de plástico, camisetas y hasta rollos de papel higiénico.
Entre risas y empujones, los chicos intentaban topar los premios con la punta de sus dedos, pero caían. Al final, después de varios intentos, ‘Súper’, un chico de 11 años, fue el vencedor.
“¡Oe!, ahí tienes para poner una tienda”, le gritaban desde abajo, mientras el muchacho arrancaba las fundas de sal, azúcar y fideo que iba guardando en un saco.
El palo ensebado, los partidos de índor y los festivales artísticos son parte de la tradición que recuerdan los moradores de La Playita del Guasmo durante las fiestas de fundación de Guayaquil.
Por los parlantes, la voz de Julio Jaramillo revivía con su canción Chica linda . Y en su puesto de comida, Flor Martillo Morán revivía el pasado. “Antes, la playa era de concheros y cangrejeros. Ahora es un sitio familiar, de convivencia”, decía y tiraba un pedazo de maduro en la paila de aceite.
La mañana del sábado, cientos de pequeñas huellas cubrían la cancha de arena junto al estero Salado. Ahí, dos grupos de niños se disputaban la copa del campeonato de índor del barrio.
No tenían uniformes y algunos corrían descalzos. Pero en los graderíos, las barras de Los Chancheros y de Los Correcaminos se estremecían con cada toque, con cada pase, con cada patada que levantaba una humareda.
Este fin de semana, las calles y callejones de los barrios del sur de la urbe se convirtieron en canchas, marcadas con líneas blancas que delimitan el área de juego sobre el asfalto. Los graderíos y camerinos de los suplentes tuvieron su espacio en las veredas.
En la cooperativa Proletarios con Tierra, también en el Guasmo, el vecindario organizó campeonatos, bailes, concursos para los niños y también un palo ensebado con racimos de verde y guineo, botellas de aceite y panes.
De un lado, los jóvenes jugaban su partido, acompañados por el zumbido de una vuvuzela de plástico y el sonido de una salsa de fondo. Del otro, los más chicos se alistaban para la carrera de tres piernas. Entrelazados con una soga, Eduardo y Michael ensayaban antes de la partida. La práctica les sirvió para ganar el primer lugar entre 10 grupos.
“Son los juegos de nuestra infancia. El baile de la naranja, el huevo en la cuchara, los ensacados. Con eso crecimos y ahora se lo enseñamos a los chicos”, dijo Jorge Concha, uno de los organizadores.
Un olor a cerveza se percibía en las calles de Nicolás Augusto González y avenida Del Ejército, en el suroeste. “Este es parte del barrio García Moreno”, comentaba Carlos Gómez, quien vive en ese sector hace más de 40 años.
En la calle, los adultos corrían tras un pequeño balón relleno de retazos. Eran los últimos minutos de la final. Con el pitazo, los chicos se alistaron para divertirse con los juegos de sus abuelos, como la ollita encantada.
Con los ojos vendados y un palo en su mano, los niños se turnaban para pegarle a la cacerola de barro, pintada de celeste y blanco. Un palazo, dos, tres… Y una lluvia de papelitos brillantes cubría la calle llena de chupetines, caramelos de colores y chocolates.
El juego de quién muerde la manzana fue para los más chicos, aunque los adultos querían recordar su infancia. “A ese viejo no lo dejes, que se le van a quedar los dientes pegados en la manzana”, bromeaban los vecinos con el ‘Apache’, el hombre de los más de 10 rostros tatuados en su pecho.
La manzana juguetona, que guindaba de una piola, se escabullía de la boca de los niños. Y de un solo impulso, Gabriela de 5 años le dio un buen mordiscón.
Con la puesta de sol los juegos terminaban. “Saludos para ‘Lagarto’ y la vieja de los tacones… también para ‘Choclito”, se despedía el animador de voz ronca. Era la hora del baile en el barrio.