Alejandro Fajardo, en el patio de la Casa Museo Muñoz Mariño, ubicada en el barrio San Marcos, donde hasta ayer se presentó la segunda temporada de ‘Rabia’. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
La sensación de encierro constante que viven los personajes de ‘Rabia’, la obra de teatro dirigida por Sebastián Cordero, es abrumadora. Alejandro Fajardo, el actor que interpreta a José María, reflexiona en esta entrevista sobre sus experiencias de encierro y la importancia de entenderlo más allá de sus acepciones negativas.
¿En qué piensa, o qué rememora cuando escucha hablar del encierro?
Pienso en ‘Habitación 42’, un monólogo que presenté hace unos años, que habla sobre los presos políticos y desaparecidos de la dictadura española. El personaje que interpreto en esta obra es un hombre que vive en un sótano, así que como parte de los ensayos me encerraba durante horas en el sótano de la Casa Cino Fabiani. Algo que descubrí durante ese tiempo es que estando solo prestaba más atención a mi cuerpo y a lo que sucedía a mi alrededor. Durante las horas de encierro no podía ver a las personas que estaban afuera del sótano pero sí las escuchaba y lo que hacía era imaginarlas. Ahí descubrí el viaje interior que se puede hacer cuando estás en una situación así.
Se asocia el encierro con una situación espacial pero podemos vivir encerrados sin la presencia de muros, ¿no?
Sí. Muchas personas escuchan hablar de encierro y lo asocian de forma automática a una cárcel o a un lugar de confinamiento, pero uno puede estar encerrado en su propio mundo estando con personas a su alrededor. Lo que no hacemos es encerrarnos de forma individual y eso pasa porque no queremos salir de nuestra zona de confort o también por miedo. No pensamos que el encierro puede ser aprovechado para conocer más de uno mismo. A veces tenemos la idea errónea de que nos conocemos a la perfección, pero la verdad es que uno nunca termina de conocerse. En el encierro voluntario pueden aflorar cosas que uno ni se imaginaba.
¿Miedo a la soledad?
No creo que le tengamos miedo a la soledad, pero sí creo que en la sociedad se ha normalizado la idea de que estar solo está mal, que es algo negativo. Hay la idea de que una persona debe tener hijos para que tenga quién le cuide y le acompañe en la vejez. Estoy convencido de que el encierro voluntario es beneficioso, porque te ayuda a organizar tu vida y te enseña a evitar la dependencia hacia otras personas. La soledad del encierro te lleva al límite y eso te impulsa a conocerte más.
¿Qué formas de encierro hay que evitar?
Pienso que hay que evitar el encierro forzado, porque es dañino. Que te encierren de forma física y mental contra tu voluntad a la larga te destruye.
¿Puede pensar en algo positivo que se pueda obtener de un encierro forzado?
Si el encierro forzado es inevitable, como está sucediendo con las personas que están viviendo en cuarentena por el coronavirus, lo mejor es aprovechar ese tiempo para conocerse mejor. Es cierto que los seres humanos tenemos el impulso de rechazar todo lo que nos imponen y que es agresivo que te obliguen a que estés encerrado, pero se pueden aprovechar esos momentos para pensar sobre la propia existencia. Es obvio que el cuerpo va a reaccionar a la falta de movimiento y de espacio de un encierro forzado, pero la mente tiene un poder de resistencia, que a veces menospreciamos.
En ‘Rabia’, el personaje que usted interpreta vive un deterioro físico en su encierro.
José María, el personaje que interpreto en ‘Rabia’, se autoimpone un encierro físico para evitar las consecuencias de sus acciones. Es cierto que su cuerpo se va deteriorando pero al mismo tiempo, gracias a su imaginación, va construyendo un nuevo mundo. Que tenga que vivir encerrado en el ático o en la lavandería no le genera limitaciones mentales. Más bien lo que hace durante su confinamiento es darse cuenta de que puede estar en una búsqueda permanente de su existencia.
A lo largo de la historia han existido personas que se han autoimpuesto un encierro físico, ¿nos estamos olvidando del valor formativo que puede tener el encierro?
Claro, pensemos en los monjes budistas o en las monjas de los claustros. También hay personas que no necesariamente siguen una doctrina y que han optado por el encierro físico voluntario como forma de vida. Es una opción que no muchas personas practican, porque tenemos miedo de encerrarnos con los demonios que tenemos, pero conocernos y aprender a convivir con ellos también es otra forma de autoconocimiento.
¿Se debería pensar en el encierro voluntario como una oportunidad para el recogimiento espiritual?
Hay que volver más común la idea de que el tiempo que uno pasa solo tiene un valor incalculable. Finalmente es un tiempo que, a la larga, te puede ayudar a trascender. En el encierro voluntario también te das cuenta del valor de tu libertad y de la libertad de los otros y de las cosas que generalmente no prestas atención. Personalmente disfruto mucho de mi tiempo en soledad. Si no tengo ensayos o pacientes, por lo general, me voy a casa y me pongo a leer o me echo en la hamaca a no hacer ‘nada’. En ese tiempo me pasa algo curioso, como estoy varias horas en silencio cuando vuelvo a hablar y me escucho siento que tengo un timbre de voz chistoso.
Pero tal como el encierro voluntario, el no hacer ‘nada’ también está mal visto por la sociedad.
Creo que la ‘nada’ es el mejor momento que puede tener un ser humano. Personalmente pienso que es uno de los momentos más creativos al que uno puede acceder. En ese estado uno comienza a pensar en cosas que verdaderamente le mueven. El encierro, la nada y el silencio son ideas que están conectadas y que construyen momentos personales muy importantes que te impulsan a nuevas búsquedas.
El ensayista francés Alain Corbin dice que lo paradójico del silencio está en su ambivalencia. Se respeta su necesidad pero horroriza su vacío, ¿lo mismo aplica para el encierro?
No lo había pensado pero sí, esa ambivalencia se puede aplicar al encierro. A las personas les asusta el encierro pero al mismo tiempo la libertad que pueden ganar. El silencio en la vida contemporánea es importante. Esas pausas que uno hace en su día a día tienen consecuencias poderosas en nuestro bienestar. Hay gente que definitivamente no está preparada para la velocidad con la que se mueve el mundo y se limitan a intentar sobrellevarlo. Para mí, esa es otra especie de encierro dañino.
¿Por qué?
Porque somos parte de una sociedad a la que no le interesan los procesos. Una sociedad que solo anhela los resultados y que se ha olvidado que lo importante del aprendizaje son los caminos que uno anda.
¿Qué es lo más peligroso de los encierros mentales que son dañinos?
Quedarte con una idea de ti y del mundo y tratar de sostenerlas siempre. En los momentos de encierro voluntario te das cuenta que la vida puede ser un abanico de posibilidades. Creo que ahí, uno de los problemas es que vivimos en una sociedad con muchas imposiciones sociales que nos limitan y nos encierran. Una de esas imposiciones es la exposición mediática a la que la gente aspira, porque finalmente pasarte la vida complaciendo a otros o buscando que otros te sigan no sirve para nada en tu crecimiento personal. Me parece un encierro mental, que también es peligroso.
Hay varios escritores que dicen que el encierro es una exigencia de la escritura, ¿a qué más se le debería exigir un tiempo de encierro?
Creo que en muchos procesos artísticos el encierro es básico. Todos necesitamos ese momento de autocrítica, de vernos hacia adentro y ver nuestros errores. El teatro es un trabajo grupal pero dentro de la conjunción de personas es necesario que también aparezca tu mirada de las cosas y eso solo se logra en soledad.
Alejandro Fajardo
Nació en Guayaquil, en 1972. Es doctor en Optometría. Tiene estudios en cine y en actuación por la Escuela Black María de Bogotá. Entre las obras en las que ha participado se destaca ‘El amante’, de Harold Pinter, ‘Habitación 42’, su primer monólogo; ‘Hamelin’ de Juan Mayorga dirigida por Andrés Lima y las dos temporadas de ‘Rabia’, dirigida por Sebastián Cordero.