León marino (zalophus wollebaeki). Su migración es reciente por efectos del cambio climático. Foto: Archivo
Septiembre y octubre son meses en los que en Quito se puede ver la llegada de al menos 30 especies de aves migratorias que iniciaron su recorrido hacia el sur del continente americano, luego del verano del norte.
En estas semanas, Juan Manuel Carrión, etnólogo y director de la Fundación Zoológica de Quito, ha registrado con su cámara a 10 tipos de estos pájaros en Cumbayá e incluso en el jardín de su casa. Una de ellas es la tangara rocota, un ave que tarda cerca de un mes en llegar desde Alabama, Estados Unidos a Quito.
Estas especies se reproducen en distintas regiones del hemisferio norte y migran hacia al sur para evitar el impacto del invierno. Se estima que al menos el 7,5% de la avifauna ecuatoriana pertenece al grupo de los migratorios boreales.
Pero no solo las aves migran, también lo hacen mamíferos, reptiles y peces. Una lista del Ministerio del Ambiente reveló que 270 especies migratorias pasan por el Ecuador cada año.
Este anuncio se hace a propósito del Congreso sobre la Convención Mundial sobre la Conservación de Especies Migratorias Silvestres (CMS), que lidera la ONU y se realizará desde mañana en Quito.
El biólogo Juan Guillén explica que las migraciones son motivadas por la necesidad de los animales de encontrar áreas más productivas para su alimentación o de reproducción.
Las temporadas dictan todas las migraciones animales, incluso las de los cetáceos. Así, los desplazamientos de las ballenas se realizan entre las regiones polares en verano, ricas en alimento, y las aguas calientes en invierno, propicias para su reproducción.
La razón: su impacto es más importante en las latitudes elevadas, donde los largos días de verano y la fundición de hielo al mar acarrean la formación de plancton y de fitoplancton.
Estos organismos microscópicos son comidos por copépodos (un grupo de crustáceos), que a su vez alimenta a pájaros, focas, peces y ballenas.
“Cuando los mares polares se hielan en invierno, la producción biológica se hace más lenta, por lo que numerosas especies emigran hacia climas más calientes”, explica Guillén.
Una de las especies migratorias más atractivas que se reproduce en el país es la ballena jorobada. En septiembre del 2014 el biólogo Fernando Félix del Museo de Ballenas de Salinas y Héctor Guzmán, del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá revelaron la ruta migratoria de estos mamíferos.
Su investigación reveló que recorren 8 000 km a una velocidad entre 65 y 160 km por día.
Guillén agrega que las ballenas viajan encabezadas por las hembras y sus movilizaciones se realizan en pequeños grupos de dos a 10 individuos.
Desde hace 10 años la organización Equilibrio Azul ha realizado trabajos de campo con manta rayas, tortugas marinas y tiburones. En su investigación, indica Felipe Vallejo, se destacan las rutas de la tortuga Carey –una de la población de tortugas marinas más amenazada en el mundo-.
A 10 de ellas se les colocó transmisores satelitales que indican su preferencia por anidar en playas del Parque Nacional Machalilla, entre noviembre y abril, para luego viajar al sur a alimentarse entre manglares en la isla Puná o el archipiélago de Jambelí por el resto del año.
Según Vallejo, los grandes animales marinos han sufrido un decrecimiento de hasta el 90% en el tamaño de sus poblaciones en los últimos 50 años.
Todas las especies mencionadas se encuentran en algún grado de amenaza.
Frente a esto, uno de los temas a tratar en el Congreso de la Convención de las Especies Migratorias es la inclusión de 32 especies migratorias en las listas de riesgos.
En ese inventario están 20 especies de tiburones. También, el oso polar, amenazado por el cambio climático, y el león africano que ha sufrido un 30% de disminución de la población en las últimas dos décadas.