La crisis venezolana siempre fue internacional. Por sus reservas petroleras y energéticas, por su posición privilegiada tanto marítima como terrestre, el país caribeño ha sido desde siempre un lugar de encuentro y de choque de múltiples intereses geopolíticos. Foto: EFE
La crisis venezolana, es decir la pérdida de legitimidad y el fracaso en todos los frentes del gobierno de Nicolás Maduro, ha pasado -según algunos analistas- de problema local e incluso regional a internacional, por la presencia de actores políticos ajenos al escenario del continente americano: Rusia y China, sobre todo.
Tanto, que se podría pensar en que se asiste, en la tragedia en que viven los venezolanos, a la última versión de la Guerra Fría, aunque sea en plena época de la posverdad y de las ‘fake news’. También, del acontecimiento como espectáculo, parafraseando a Guy Debors. En todo caso, como sucedió entre 1948 y 1993, Venezuela sería hoy el lugar del conflicto, como antes lo fue Cuba, entre las grandes superpotencias mundiales, Estados Unidos y Rusia.
El tiempo ha cambiado y los actores son otros. Pero la crisis venezolana siempre fue internacional. Por sus reservas petroleras y energéticas, por su posición privilegiada tanto marítima como terrestre, el país caribeño ha sido desde siempre un lugar de encuentro y de choque de múltiples intereses geopolíticos.
No es extraño, por tanto, que en las dramáticas circunstancias en que se encuentra hoy, aparezcan enfrentados los dos actores clásicos de la Guerra Fría que se mueven en el desequilibrio del orden mundial existente. Pero no solo es Venezuela ni probablemente sea el más importante, por lo menos para Rusia.
Para confirmarlo, el próximo 13 y 14 de mayo se reunirán los jefes de la Diplomacia rusa, Serguei Lavrov, y de la estadounidense, Mike Pompeo, para discutir los asuntos que son conflictivos para ambos países: al lado de Siria, Ucrania y Corea del Norte, Venezuela está en la agenda de la reunión.
La confusión de creer que se vive otra versión de la Guerra Fría parte de un malentendido: la Rusia de Putin sería, con otro rostro, la URSS de los herederos de Stalin. Y, por el lado de Estados Unidos, Pompeo o Abrams serían reproducciones, no sucesores, de Forster Dulles o de cualquiera de los secretarios de esas décadas.
Rusia ciertamente está presente en Venezuela y defiende, contra Washington pero también contra la mayoría de los países latinoamericanos, al gobierno de Maduro. Ello no implica afinidad ideológica como en la Guerra Fría sino defensa de intereses que están en juego. Por supuesto, en las décadas de enfrentamiento de las dos superpotencias en el siglo XX, Moscú tenía también intereses en juego, pero lo ideológico le prestaba legitimidad.
¿Cuáles son entonces los intereses de la Rusia de Putin en Venezuela? Son varios, y no es posible hacer una escala de menos a más o viceversa. Más bien lo que hay que tener en cuenta es que todos están mezclados. El económico es uno de los principales. Ahí está la lista de préstamos al gobierno de Maduro y de las inversiones realizadas durante su mandato.
Rusia es dueña de importantes acciones en los campos petroleros venezolanos pero, sobre todo, como señala Emily Tamkin en un análisis para The Washington Post, es copropietaria de Citgo, la empresa petrolera venezolana que opera en Estados Unidos, por cuyas acciones pagó en efectivo USD 1 billón y medio.
El total de préstamos que el Gobierno ruso ha concedido al de Maduro fluctúa por los USD 20 000 millones, de acuerdo con el informe del Real Instituto Elcano de Defensa. El temor de Rusia es obvio: si se produce un cambio de gobierno en Venezuela, estos préstamos e inversiones corren el riesgo de perderse, ya que no fueron aprobados por la Asamblea Nacional.
Pero no solo el dinero, como dice Tamkin, es lo único que está en la mesa. Se trata de intereses geopolíticos que tienen que ver con países que están lejos de América del Sur pero que, sobre todo en esta época de globalización, bajo la mirada de las grandes potencias, están extrañamente cercanos. Rusia es, como dice Henry Kissinger, “una potencia ‘euroasiática’, que se extendía por dos continentes, pero sin sentirse enteramente en casa en ninguno”.
La preocupación de la política exterior rusa es que lo que suceda con el régimen de Maduro en Venezuela no se vuelva un antecedente para futuras acciones en países cercanos geográfica y políticamente, como Georgia y Ucrania. La defensa de Maduro, por parte del Gobierno ruso, es una especie de seguro geopolítico: hacer sentir a Washington los límites de su poder y la necesidad de búsqueda de una especie de equilibrio mundial.
Henry Kissinger, en su libro ‘Orden Mundial’, al revisar la Guerra Fría, hace notar que pese a la alta carga de lenguaje bélico utilizado de forma dramática para subrayar la radicalidad del conflicto que llevó a muchos a sentir que el apocalipsis estaba a las puertas, en realidad hubo un “respeto” por los límites geopolíticos de acción de cada una de las superpotencias.
Estados Unidos, por ejemplo, no atacó militarmente a las tropas soviéticas que sitiaron Berlín para despejar el camino en los comienzos de la Guerra Fría, sino que transportó por aire alimentos, medicinas y demás requerimientos a la ciudad sitiada.
Los ejemplos pueden multiplicarse: incluso la famosa crisis de los misiles de la década de los sesenta no se convirtió nunca en una especie de Sarajevo que desató la confrontación mundial. Cada una de las superpotencias tenía la relativa libertad de intervenir e incluso atacar a la población dentro de sus respectivas esferas, sin que la otra potencia interviniese, salvo diplomáticamente.
En el análisis de Tamkin, lo que Putin persigue con su defensa del régimen “amigo” de Maduro es que no vuelva a pasar lo que sucedió en 2011 con otro gobierno cercano a Moscú: Libia, donde los aliados occidentales eliminaron tanto a ese régimen como al dirigente. Rusia no quiere dejar a Venezuela como precedente para futuras acciones de Washington o de los occidentales en países bajo su influencia.
Por ello, su apoyo al régimen de Maduro se moverá al nivel de negociaciones y, por supuesto, de presencia militar y política en Venezuela. No es la Guerra Fría. Hay, eso sí, el choque de intereses geopolíticos que vienen en uno de los casos desde la fundación del Imperio de los zares y la visión del entorno de esas épocas.
*Analista internacional, catedrático.