Pintan sus dinosaurios con colores amarillo, café y rosado; el sol también en amarillo y la nube, en celeste. Luego, Viviana y Julián (todos los nombres son protegidos) conversan entre ellos mientras muestran unas tortugas.
El caparazón es un frasco transparente de plástico, relleno con trozos de fómix de colores. Son regalos que preparan para el Día del Padre.
Viviana, de 6, cuenta que sus papás tienen un puesto en el mercado de San Roque, centro de Quito. Los acompañaba a trabajar, pero ya no lo hace. “Los niños debemos estudiar”.
Julián espera que en el Día del Padre le permitan visitar al suyo en la cárcel de Latacunga, para darle el obsequio. Él también acompañaba a su madre a trabajar en el comercio ambulante, al igual que la mayoría de 100 niños, que acude en dos jornadas al Centro de Erradicación del Trabajo Infantil (CETI) San Roque.
A este y a otros cuatro centros del Patronato San José asisten chicos de 5 a 15 años. El objetivo es la prevención y erradicación del trabajo infantil.
Julián tiene 8 años y cuenta que está atrasado en varias tareas de la escuela. Se le hizo difícil conectarse con sus maestros y ponerse al día.
Una de las acciones que se toman en el CETI es verificar si los chicos están en el sistema educativo, caso contrario se los incluye y monitorea para que permanezcan allí, indica Elva Gámez, jefa de la unidad.
Además de trabajadoras sociales y psicólogas, que apoyan a las familias de los chicos, profesores acompañan su proceso educativo. Les ayudan a hacer las tareas y a enviarlas a los maestros, desde aulas en donde se distribuye a los niños por edades.
Pasadas las 11:00, en otro salón del CETI San Roque, Carlos anota en su cuaderno las instrucciones de su libro de Lenguaje. Lo asesora la educadora Magaly Reinoso.
El niño, de 13, no tiene dispositivos ni Internet en su casa, así que empezó a acompañar a su madre en sus recorridos por La Marín y El Tejar, para la venta de frutas y galletas.
Después de almorzar en casa salía con su madre y regresaban en la noche. Hace dos meses empezó a asistir al CETI San Roque y dejó de trabajar. “Me gustaba ayudarle a mi mami, pero yo también quería estudiar”.
Hoy se conmemora el Día Mundial contra esta problemática. Entre el 2014 y el 2019, el porcentaje de trabajo infantil llegó al 8,3% en Ecuador. Eran 310 373 niños y adolescentes, de acuerdo con el INEC. No hay una cifra actualizada.
El Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) atiende a 11 700 niños y adolescentes, en trabajo infantil. Hasta el final de este 2021, señaló la Cartera, prevén lograr que 30% deje las actividades en las calles.
En este año se destinan USD 8,3 millones a la erradicación. Al momento, dice el MIES, realizan estudios para determinar el porcentaje de incremento de trabajo infantil en 15 meses de pandemia.
Gámez, del Patronato, comenta que la presencia de niños en esa situación sí aumentó por la crisis del covid-19. Aunque no hay datos oficiales, “brigadas del Patronato lo han palpado en calles de Quito”.
Sus equipos hacen abordajes, los fines de semana, cuando hay mayor presencia de niños trabajando, sobre todo en ferias, asegura Gámez. También, en visitas domiciliarias.
Los sitios de mayor concentración de trabajo infantil que identifican en Quito son el Centro Histórico, Las Cuadras, Comité del Pueblo, Ofelia, Calderón y Carapungo.
En sus cuatro centros, el Patronato atendió a 650 niños en el 2020. Este año, además abrieron otros cinco puntos en zonas de mayor incidencia, por la emergencia sanitaria.
En total atienden a la misma cantidad de chicos que el año pasado, en instalaciones que pueden abrir con 50% de su aforo normal como medida de bioseguridad.
En el CETI San Roque, los chicos usan mascarilla mientras terminan tareas y participan de actividades lúdicas. “Estamos pendientes de que entreguen portafolios y proyectos, pero también nos divertimos”, señala la educadora Miriam Vargas.
En su aula, Silvia ayuda a su compañera Ibeth a resolver restas de tres cifras. La primera, de 11 años, dibuja los números en el pizarrón, mientras la más pequeña anota en su cuaderno.
Los niños más pequeños bajan al comedor a servirse el refrigerio. Se sientan en las pequeñas sillas y se quitan la mascarilla. Matías y Roberto comen primero una granadilla, antes de abrir el recipiente de motepillo. Génesis, de 6, se lo lleva a la boca en pequeñas cucharadas, mientras cuenta que en el desayuno comió papas con pescado y agua aromática.
Árboles, animales y personajes animados alegran los pasillos que estos niños recorren a diario. Su permanencia en el sitio, afirma la trabajadora social María Manobanda, hace que disminuyan las horas que dedican al trabajo o que, en el mejor de los casos, lo dejen definitivamente.