Hasta hace dos años Fabiola deambulaba por Bastión Popular. En el día, y en las madrugadas, el bloque 9 de este barrio guayaquileño se convirtió en su escondite. Conocía bien donde conseguir la droga H y solo volvía con su familia cuando el dinero escaseaba.
El consumo fue intensificándose a lo largo de siete años. Comenzó en el colegio, cuando un amigo le ofreció un pase para borrar sus problemas; y terminó en el consultorio de una neuróloga, tras recibir un diagnóstico letal.
“No tenía voluntad para cambiar, hasta ese día. La doctora dijo que mi cerebro estaba tan afectado por las sustancias que si no paraba iba a morir. Entonces vi las lágrimas de mi madre y lo dejé todo. Así empecé mi recuperación”.
A sus 24 años ha vuelto a caminar por Bastión. Sale puntual de su casa, con un pulcro uniforme, y se dirige al Centro de Tratamiento Primario de Desintoxicación para mujeres de la Alcaldía, donde labora como auxiliar de servicios.
El centro para atender casos de consumo problemático de drogas es parte de los 61 certificados en el país por la Agencia de Aseguramiento de la Calidad de los Servicios de Salud y Medicina Prepagada (Acess).
“Colaboro con el centro en agradecimiento a quienes me ayudaron. Y busco un espacio para contarles a las chicas cómo logré dejar las drogas”. Aquí, 20 jóvenes podrán internarse por 28 días para una terapia de desintoxicación y luego seguir un tratamiento ambulatorio.
Fabiola pasó por un proceso similar en el programa municipal: Por un futuro sin drogas. Con Génesis comparte una historia de recaídas por la adicción y nuevos comienzos que ahora cuentan a las pacientes en rehabilitación.
“Poco antes de cumplir 15 años empecé a consumir por curiosidad y con el tiempo no pude controlarlo. Ya no eran dos pases ni USD 0,50 diarios, eran USD 5 al día. Era una necesidad; mi cuerpo me lo pedía”, recuerda Génesis durante una pausa en su trabajo.
A sus 21 años es auxiliar de enfermería, obtuvo una beca en Tecnología en Enfermería y a diario recorre las camas del centro municipal, que son un refugio en la fase de desintoxicación. Mientras revisa los signos vitales, anima a las chicas a no desmayar. “El síndrome de abstinencia, con dolores e insomnio, es lo que más nos aterra. Ni siquiera es el temor a la tabla de consumo, porque si te encontraban pequeñas dosis solo te las quitaban”.
Cuando en el país se aprobó la tabla de porte y consumo de drogas, en el 2013, Génesis cursaba el colegio. Algunos de sus compañeros fueron retenidos, momentáneamente, por llevar H en sus bolsillos. “Se reían porque portaban lo justo para el consumo y no pasaba nada. Luego la gente perdió el pudor, no les importaba si inhalaban en el bus o frente a los niños”.
A ella le tomó un año recuperarse. Siguió un tratamiento en casa, con medicación recetada por especialistas, y acudió a terapias sicológicas. Fue allí donde revivió su sueño de ser enfermera y ahora la voz de su experiencia funciona como un calmante para quienes pasan por la desintoxicación.
Fiorella da soporte en esta etapa. También es enfermera del centro y se encarga de controlar los sueros con la medicina para atenuar la abstinencia. En medio del lento goteo, da su testimonio para demostrar que es posible mejorar.
“Sé lo que se siente. Estaba harta de la droga y lloraba mientras consumía. Pero cuando la dejaba tenía que ir al hospital, porque el dolor hacía que me estrellara contra las paredes. Ahí solo me daban un analgésico y no era suficiente”.
También era adolescente cuando se aprobó la tabla que ahora el Gobierno plantea eliminar y experimentó otra realidad. La enfermedad lleva a un consumo desmedido y vio a jóvenes, enfermos, ser encarcelados. “Los jueces deben diferenciar cuándo hay consumo y cuándo hay microtráfico”.
Más allá de la tabla, Fabiola cree en la prevención. Por eso se ha enrolado como voluntaria en las visitas y ferias preventivas de Bastión Popular, donde jovencitos escuálidos y en harapos vagan día y noche por la adicción. “Si en la familia beben, fuman o consumen drogas, los niños lo verán como normal. Hay que trabajar con la familia”, dice convencida. El centro donde labora era antes el terreno baldío donde se ocultaba para consumir drogas. Ahora el espacio enciende una esperanza de cambio.
“El país necesita programas de prevención”: Armando Camino, psiquiatra
Debemos entender que la farmacodependencia es una enfermedad, con signos y síntomas, con varios componentes biológicos, psicosociales, ambientales, familiares, espirituales que se deben trabajar. Es una enfermedad que produce un síndrome de dependencia física, sicológica y tolerancia, que es la necesidad cada vez mayor de dosis de sustancias, para obtener el mismo placer o beneficio que obtuvo al inicio. La tabla ha hecho que la actitud y la aceptación, a nivel de la población general, sean permisivas; y al ser permisiva, se minimizaron las complicaciones del consumo. La principal recomendación que se viene haciendo desde años atrás en el país es la necesidad de programas de prevención y promoción de la salud, en relación al consumo de sustancias. Con la psicoeducación hay que transmitir qué son las drogas, sus efectos y complicaciones. Debe ser un trabajo permanente con los pacientes.
“El Estado no ha respondido en el tratamiento”: Julieta Sagnay, psiquiatra
Con la derogatoria de la tabla, el Estado debe ofrecer soluciones. El sistema judicial debe contar con asesoría técnica, porque la tabla no es una herramienta de diagnóstico para diferenciar entre la enfermedad, que es la adicción, y el narcotráfico. El juez debe tener una escala para sentenciar al verdadero narcotraficante y garantizar la no criminalización del adicto. Las drogas producen tolerancia, el cerebro va exigiendo más y empieza la enfermedad. La tabla ignora cómo se comporta la enfermedad y los chicos consumidores fueron encarcelados. En las cárceles, los jóvenes han sido enrolados por las mafias y están devolviendo a la sociedad toda esta inseguridad. El Estado no ha respondido en el tratamiento, con atenciones directas, sin citas, para ser desintoxicados inmediatamente. Con la desintoxicación evitamos llegar a una fase crónica. Hay que abrir las áreas de desintoxicación en los hospitales.