Los turistas participaron de una pampamesa en Parcoloma. Foto: Lineida Castillo/EL COMERCIO
Conocer plantas medicinales, visitar un centro ceremonial, entonar música andina, compartir la pampamesa y participar en juegos ancestrales son, entre otras, las actividades que ofrecen 12 familias indígenas. Ellos viven en la comunidad de Parcoloma, en la parroquia cuencana de Tarqui.
Desde hace 15 años, promueven el turismo comunitario en sus territorios que guardan vegetación nativa. El pasado jueves, 63 estudiantes y maestros del Austin High School de Texas, Estados Unidos, llegaron al centro turístico Kushi Waira, término kichwa que significa Vientos de Suerte.
Según la maestra de español de ese centro, Lesley Heurkins, esta excursión es parte del cierre del aprendizaje de la cultura ecuatoriana. Alfonso Saquipay, quien dirige el proyecto, los recibió entonando una flauta e invocando a los espíritus de la naturaleza.
Para Saquipay, esos actos son una forma de pedir permiso a la Pacha Mama para ingresar y conocer su riqueza. Él y María Guanoquiza recorrieron la huerta mostrando a los jóvenes las formas, los colores y los olores de algunas plantas medicinales que utilizan para curar las dolencias.
“Nuestros ancestros nos curaban del resfrío con vaporizaciones de eucalipto, y de los nervios con agua de valeriana”, explicaba Guanoquiza. Pero también contaron a los visitantes sobre el uso de la ingacuca, gañal, inguil… como desinflamantes, cicatrizantes y para curar el estrés.
Dos horas después, ascendieron en caminata de 20 minutos al cerro de Hatun Hurco, que es un lugar ceremonial y de relación directa con la naturaleza. Saquipay sugirió a los jóvenes que se sacaran los zapatos para empezar con una limpia de energización.
La mayoría lo hizo y siguió al detalle las órdenes de Saquipay y que eran traducidas por el guía naturalista David Pinto. Hubo oraciones en kichwa. Los asistentes levantaban las manos durante la invocación al sol, al agua, al aire y a la Pacha Mama. Pero también hicieron ejercicios de relajación.
“Esa participación confirma que sienten curiosidad y les trajo esta forma de vida”, dijo Pinto. Caleb Short, Juliet Sillers, Savannah Ritz, todos de 18 años, recibieron una limpia individual con hierbas naturales recogidas en el entorno como el laurel, ruda, shadán, entre otras. “Esto me parece saludable”, señaló Ritz.
En el lugar ceremonial también se sirvió una pampamesa. María Quituisaca, Rosa Timbe y Gladys Tenemea extendieron un mantel blanco sobre el llano y sobre este regaron mote, papas, arroz, ocas, zanahoria picada y presas de pollo asado. Los presentes, con cucharas de madera, se sirvieron los alimentos.
La vida en comunidad de los pueblos indígenas es invaluable, comentó la maestra Lesley Heurkins. Como postre se sirvieron colada de mora con harina de plátano y agua de hierbas medicinales, muchos se repitieron. “Hemos compartido con ustedes nuestra cultura rica en costumbres, tradiciones y gastronomía, dijo Saquipay”.
Al término descendieron del cerro hasta el centro turístico, donde compartieron una tarde de música con instrumentos andinos. Por falta de tiempo, no pudieron participar del juego de las ollas encantadas, pero se llevaron como obsequios flautas y quenas. El costo del transporte, alimentación y recorridos va de USD 20 a 35 por persona.