No había forma de regresar a casa y por dos días permaneció junto a su hija Lucía, en un hospital de Guayaquil. El nacimiento de la niña fue prematuro y requirió una cirugía 80 días después, por problemas de inmadurez de retina.
Fue en abril, fecha que coincidió con un pico de contagios por covid-19. “Por precaución, solo debía entrar un familiar y no podía verla hasta que recibiera el alta. Tuve que dormir en el piso y estar atenta a los anuncios por un parlante”, recuerda María Fiallos, la madre.
Al igual que otros servicios de salud, las cirugías pediátricas han superado una serie de complicaciones por la emergencia sanitaria por el coronavirus y sus repuntes. Suspensiones temporales, protocolos que implican la separación de los padres y menos personal especializado han sido algunos de los obstáculos.
Enrique Landívar, jefe del servicio de cirugía pediátrica y neonatal del Hospital Los Ceibos del IESS, recuerda que a mediados de marzo del 2020 la oleada de covid-19 obligó a cerrar la atención.
“Se cerraron las especialidades y no se midieron las consecuencias. Hubo un desfase, porque no se pensó en qué pasaría con los pacientes. Esto ocurrió en el mundo por falta de preparación; ahora es necesario hacer simulacros frente a posibles repuntes”, asegura.
En junio comenzó la reapertura en áreas no-covid, bajo estrictos protocolos. La cirugía de emergencia no dejó de funcionar, principalmente en casos de malformaciones. Incluso atendieron bebés de madres diagnosticadas con el virus.
Los procedimientos por malformaciones congénitas son los más complejos y representan un 10% de las cirugías pediátricas. Defectos en el desarrollo anorrectal, hernias diafragmáticas, atresias o segmentos incompletos de esófago e intestinos, gastrosquisis o problemas de la pared abdominal son algunas de las deformaciones más frecuentes.
En algunos casos, no bastará con una cirugía. En problemas anorrectales, las primeras evitan que los intestinos se perforen. Luego vienen reconstrucciones y, finalmente, el retiro de la bolsa de la colostomía para recoger las deposiciones.
La recuperación puede ir de siete a 30 días en una unidad de cuidados intensivos, con costos diarios de hasta USD 2 000 en el sector privado.
“Todas estas malformaciones ponen en riesgo la vida de los niños si no son resueltas dentro de las primeras 72 horas de su nacimiento”, aclara Landívar. Si se cumple ese lapso, el pronóstico puede ser favorable en el 80% de casos.
Para Fernando Aguinaga, presidente de la Sociedad Ecuatoriana de Pediatría, la pandemia solo evidenció las falencias en esta especialidad. Hay un número limitado de camas en terapia intensiva neonatal, con centros de referencia solo en las grandes ciudades y falta de un sistema eficiente para traslado de bebés.
Otro problema es la transferencia de personal entrenado a áreas de covid-19. “Para operar bien se necesita práctica. Y esa práctica se pierde por atender la emergencia”.
El cirujano pediatra Byron Pacheco operó en medio de la pandemia a neonatos con severas malformaciones, en Manabí. Uno de los casos más críticos fue un pequeño que nació con parte del sistema gastrointestinal por fuera del abdomen y solo con la mitad del colon.
Parecía que no resistiría por su edad y peso; el pronóstico es menos alentador en prematuros. Pero el niño ya cumplió 1 año y sigue en recuperación.
El especialista reconoce que la emergencia pudo generar demoras en la atención oportuna de estos casos, en especial en hospitales generales que enfocaron su atención en covid-19. El temor al contagio redujo en parte la demanda en los centros públicos, pero en los privados aumentó.
El cierre de los centros de salud fue otro factor en contra. “Hubo madres que no mantuvieron sus controles prenatales porque se cerró la atención -comenta Pacheco-. Esto pudo incidir en que no se detectaran a tiempo las malformaciones”.
El cirujano Carlos González, también especializado en procedimientos en infantes, explica que los análisis prenatales permiten identificar complicaciones y preparar intervenciones, pocas horas después del parto. Sin embargo, destaca que se superaron obstáculos para no frenar las cirugías.
“Pese a todo, hemos enfrentado el riesgo para no suspender la atención de alta complejidad”. La mitigación de ese riesgo incluye la aplicación de pruebas de covid-19 en la madre y el bebé. González también plantea evaluar a futuro la incidencia del virus en el desarrollo de malformaciones.
El parto de María se adelantó 14 semanas. Sus gemelas pasaron meses en cuidados intensivos y 15 días después de la operación de Lucía, su hermana María entró al quirófano.
“La pandemia ha complicado todo porque debemos cumplir con la bioseguridad para seguir con los chequeos -cuenta la madre-. El 21 de julio es el próximo, confiamos en que sus retinas maduren”.