Comer es una actividad que la mayoría de personas realiza sin pensar. Tenemos una bolsa de papitas fritas en la mano y, generalmente, no paramos hasta acabarla completamente, convirtiéndose en un hábito que no deja espacio a la reflexión: comemos sin pensar en la cantidad.
Cambia las papitas por otra comida, una pizza o un pote de helado. La historia se repite: empezamos por un “slice” mientras conversamos o vemos televisión, y cuando menos lo esperamos ya tenemos media pizza dentro o la mitad del helado en el estómago.
Al no poner atención en lo que comemos, dejamos de masticar adecuadamente y la sensación de llenura no se concreta. Sin embargo, la solución no estaría tanto en la fuerza de voluntad, sino en cuál mano utilizamos para ingerir los alimentos.
¿Cómo así? Un estudio realizado por la Universidad del Sur de California llegó a la conclusión de que “las personas que se comen un refrigerio con su mano no dominante reducen aproximadamente el 30% del total de consumo en comparación con los que usan su mano dominante”, publicó CNN citando a la revista Personality and Social Psychology Bulletin.
“Si las personas alteran la secuencia física de la acción que hay cuando comen en automático, es una manera de ganar un poco de control”, señaló David Neal, profesor asistente de psicología de la USC en el momento del estudio.
Investigación
“Para el estudio, Neal y sus colegas le dieron a cada uno de los participantes una bolsa de “pop corn”; parte del contenido había sido cocinado una semana antes, y otra era fresca (hechas menos de una hora antes).
Ellos se sentaron en una sala de cine oscura y vieron varios avances mientras tenían al alcance sus bolsas de canchita y se les pidió a los participantes que utilizaran su mano no dominante.
“La cantidad de canchita vieja que se consumió por parte de los amantes habituales de este alimento cayó alrededor del 30%. La cantidad de canchita fresca consumida también cayó, pero la diferencia fue pequeña. Es incómodo comer con la mano no dominante, pero el efecto es mucho mayor cuando la comida es horrible”, dice Neil.
Luego añadió algo más interesante: “Esto sugiere que no solo es la incomodidad. También te hace pensar, “¿Existe un valor en lo que estoy haciendo? ¿Esto sabe bien? ¿Tengo hambre?” Si la respuesta es no, para de comer”.
Posiblemente este truco no pueda resultar si vamos a un restaurante a cenar, pero bien podría ser aplicado en el cine o en la casa viendo televisión, donde la forma de comer refrigerios se puede salir de control. “El problema llega si somos ambidiestros comenta”, Neil.