Para la mayoría de sus pacientes en el Hospital Eugenio Espejo, el doctor Wali es un ecuatoriano más; de hecho sus documentos de identidad así lo indican. Pero cuando alguien repara en el nombre completo que lleva bordado en el delantal, Wali Mushtaq, le hace la pregunta de cajón. ¿De dónde es usted? Y el médico antes de responder bromea un poco. “Soy del oriente”, acostumbra a decir y solo ante las muecas de incredulidad de la gente termina confesando la verdad. “Vengo de oriente, pero de Medio Oriente, de Afganistán”.
Este médico afgano, que habla un español rápido y golpeado, quizás por la acentuación que tiene el persa nativo, es uno de los más ocupados del hospital de especialidades de Quito. Dirige el servicio de oncología y hematología, que recibe unos 180 pacientes por día entre los que llegan a la consulta externa y los que asisten a la quimioterapia ambulatoria.
Entre las 07:00 y las 09:00 de cada día visita a todas las personas hospitalizadas que ocupan las 14 camas asignadas a su servicio, y alguna más que él consigue con sus buenos oficios. Luego atiende la consulta externa y sobrepasa hasta la hora de su comida con tal de recibir a todas las personas que se arremolinan en su consultorio.
El viernes pasado avanzaba de piso en piso con el paso de un atleta que prefiere las gradas para estar en forma. Iba del quinto piso (donde está oncología y hematología) al sexto, al séptimo, al octavo y al noveno. Los residentes asistenciales que aprenden de él lo seguían a distancia, tratando de escribir en el aire las instrucciones que les daba. Solo detenía la marcha cuando estaba frente a un paciente o a un familiar y le tenía que dar una mala noticia del tipo: “Ustedes saben cómo está su paciente, vamos a hacer lo humana y científicamente posible”.
La vida antes de Ecuador
Lleva fuera de su Kabul natal más de 30 años, aunque la mitad de ellos los pasó en La Habana, donde estudió medicina y oncología. Llegó allí en 1981, con una beca que le dio Cuba, cuando Afganistán era socialista y vivía su capítulo particular de la Guerra Fría. El país soportaba por un lado a Estados Unidos, que financiaba a los fundamentalistas islámicos que querían borrar el socialismo e imponer su régimen, y por otro lado a la ex Unión Soviética, que apoyaba al Ejército del Gobierno.
El doctor Wali era el menor de cinco hermanos, una mujer y cuatro hombres. Su emigración se forzó por el temor de su familia de que alcanzara la edad para hacer el servicio militar. “En ese tiempo eso era sinónimo de muerte, porque nos mandaban a la guerra”, cuenta Wali. “Yo conseguí becas para ir a la ex URSS, pero preferí Cuba porque sabía que en la Unión Soviética había rechazo a los afganos, por la cantidad de soviéticos que morían en los combates en mi país”.
Salió muy joven, con 14 años, pero para entonces ya había terminado el bachillerato porque adelantó tres años. “Daba pruebas y aprobaba las clases”, dice. En Cuba le tomó seis meses hablar español y enseguida empezó la carrera que terminaría con honores. “Recibí el título de oro de manos de Fidel Castro, en el teatro Carlos Marx”, recuerda. “Los únicos cursos que tuve una nota menor fue en educación física y materialismo y dialéctica, el resto todo fue cinco sobre cinco: filosofía histórica, comunismo científico, economía socialista…”.
La historia afgana
Eran los inicios de los noventa y en el otro lado del mundo, parte de su familia había escapado a Arabia Saudita y otra parte aún estaba en Kabul. La historia señala que los soviéticos ya se habían marchado de Afganistán, pero que había una guerra civil para terminar con el comunismo y establecer un Estado islámico. Este objetivo se consiguió con la caída de la URSS, y unos años más tarde los talibanes instauraron un régimen basado en la ley islámica, la sharia, que regula la conducta del musulmán.
La llegada de los talibanes al poder, en 1996, coincidió en el tiempo con el viaje del doctor Wali a Ecuador. Para entonces había terminado la especialidad de oncología y estaba casado con una enfermera cubana.
La vuelta a su país era prácticamente imposible y, además, su familia tenía planificado reagruparse en Arabia Saudita. Por eso la mejor opción fue seguir a un par de colegas ecuatorianos que volvían a su tierra. “Yo dije mi vocación es para servir en cualquier nación, no importa si uno es autóctono o no. Todas las personas somos iguales”.
El arribo a Quito
En Ecuador hizo una especie de año rural en el Hospital Eugenio Espejo y se quedó un año más, pero sin ganar sueldo. Aprovechó que no había oncólogo y empezó a formar el servicio de onco-hematología, junto con una hematóloga que ya trabajaba en esta casa de salud. Su valía profesional y una sucesión de contratos le permitieron quedarse, traer a su esposa desde La Habana y formar su hogar en Ecuador.
La pareja ahora tiene tres hijos nacidos aquí, pero que crecen dentro de la cultura musulmana. La mujer cubana del doctor afgano se convirtió al Islam y asiste como cualquier otro creyente a las tres mezquitas de Quito.
Hace tres años esta familia en la diáspora conoció a esos familiares que se refugiaron por años en Arabia Saudita. “Hice una carta de invitación para mis hermanos y ahora todos viven aquí como refugiados políticos”, cuenta Wali.
El mayor de esta familia tiene 58 años y un PhD en minas, con lo cual está buscando un espacio como catedrático de minas y geología. El segundo hermano, de 56 años, tiene un negocio de víveres fuera de Quito. El tercero, de 45, quiere ser médico y está en un proceso autodidacta. Y la única mujer de estos varones persas, de 54 años, se esfuerza para vencer la barrera del idioma.
Wali dice que ni él ni sus hermanas han sentido xenofobia, pero tiene claro eso de “adonde fueres, haz que lo vieres”. Una des sus reflexiones señala: “Todas las personas son amables, pero para uno recibir respeto, tiene que respetar a los demás”.
Para él, Ecuador es su país, más cuando sabe que Afganistán está lejos de ser una nación ideal. “Yo siempre he tenido en mi cabeza regresar, pero si yo llego a Kabul podría haber orden de arraigo y como yo soy médico y en mi pasaporte dice Afganistán como lugar de nacimiento, quizás tendría que quedarme para atender a la gente de allí. El problema es que no existe paz y mis hijos están en un mundo distinto”.