A fines del siglo XVI, las salinas de las actuales provincias de Imbabura y Bolívar generaron grandes ingresos y comercio. Fotos: tomadas del libro ‘Etnias del norte’, Etnohistoria e historia del Ecuador, Chantal Caillavet
Recorrer los mercados indígenas es oportunidad para observar que aún se mantienen tradiciones en cuanto a la oferta y demanda de productos como la sal, usada como alimento para el ganado, preservante de la carne, medicina para golpes e hinchazones, remedio para curar infecciones de garganta.
Además, es un símbolo de buena suerte, sobre todo para “proteger la casa de malos espíritus”. Su empleo es eficaz para hacer baños de asiento y bajar la hinchazón de los pies tras una larga jornada de trabajo; curar sarpullidos en los niños y otros menesteres.
En fin, la sal de grano -no la yodada, que en buena hora hoy en día la mayoría de habitantes emplea para cocer sus alimentos- es buscada con afán por los múltiples beneficios que ella trae en las diarias jornadas de las gentes del campo.
Su nombre se deriva del término latino “salarium”, que era la cantidad de mineral que se daba como pago a los legionarios romanos por su trabajo.
En el Imperio Romano se llegó a establecer una ruta exclusiva llamada Vía Salaria, solo para el transporte de sal. Hubo guerras y graves conflictos por el dominio del mercado salino en distintas partes de la Tierra.
En nuestro país, en la Sierra existieron dos lugares de gran importancia por su producción y que recibieron el nombre de Salinas, poblados que se ubican en las actuales provincias de Imbabura y Bolívar.
En el primer caso, Sancho Paz Ponce de León, refiriéndose al centro de extracción de sal localizado en la zona del antiguo corregimiento de Otavalo, dice: “Hay en el distrito de mi corregimiento un pueblo ques del repartimiento de Otavalo, donde los indios que están en él cogen la tierra que está como salitre, y la cuecen en unas ollas y hacen della una sal muy ruin, y desta sal hacen mucha cantidad y con ella tienen grandísima contratación los dichos indios naturales de aquel pueblo que se la van a mercar a todos los pueblos desta comarca, y también vienen a mercalla los indios infieles que no están conquistados y viven en tierras cerca destos pueblos deste corregimiento”. (Relación y descripción de los pueblos del partido de Otavalo, 1582, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, Tomo II, 1965, pp. 239-240)
En cuanto al pueblo de Salinas de la provincia de Bolívar, el corregidor de Guaranda, Matías de Orosco, señala en 1595: “En el camino hacia las Guallas, saliendo deste pueblo de Guaranda hay unas minas en grande proporción que contienen barro amarillento de donde los naturales sacan una sal de baja ley pero que es apreciadísima por los indios comarcanos, Esta tierra es tratada especialmente por numerosos vasallos de los caciques de la zona, quienes tienen gran poder económico y de influencia social por cuanto la sal es muy buscada por todos…”. (Informes del corregidor de Guaranda al Gobernador de Guayaquil, abril de 1595, BAEP)
Sobre el comercio que hacían los habitantes de Salinas de Otavalo, hallamos que: “…los indios llamados mindalaes o mindalas eran quienes negociaban la sal, llevando grandes cantidades a la zona de Quijos, por el oriente; por el norte llegaban hasta Pasto y Popayán; por el sur a Quito y su comarca; por el poniente era llevada a la zona de los Cayapas, quienes incluso entregaban sus mujeres a los mindalas a cambio del preciado mineral cuando no tenían oro.
Ellas debían trabajar por espacio de cinco lunas antes de regresar a su tierra y lo hacían con gusto ya que a cambio de su labor eran recompensadas con generosas raciones de sal. En Lita era la única moneda de transacción, con la que se podía comprar un puco (medida antigua equivalente a dos libras) pagando con oro, algodón y ají que los naturales entregaban con afán, razón por la que se puede entender que la sal valía más que el preciado metal amarillo que era abundante en la zona…”. (Zumárraga, Ezequiel, El comercio en el corregimiento de Otavalo, (folleto) s/a, s/e, BAEP, p. 23)
El negocio de la sal era tan cotizado, que incluso Ismael de Andrade, corregidor de Ibarra, intervino en la producción del mineral debido a los graves problemas ocasionados por encomenderos, quienes pretendían monopolizar la extracción apropiándose de tierras que pertenecían a los indígenas de la zona. (Archivo histórico del Ministerio de Cultura, Ibarra. Informes de los corregidores, Tomo II, 1674-1680, fol. 75)
Efectivamente, su comercialización significaba pingües ganancias, ya que los indígenas, sobre todo de Mallamas y Mayasquer, llegaban al pueblo de Salinas y “ daban como parte de pago por unas pocas panillas (libras) de sal, plaquitas de oro y plata de buena ley, así también aves, plumas, mantas de fibras, hierbas aromáticas y abundantes hojas de coca, llegando al extremo de que un cacique trajo consigo como a veinte naturales para que trabajen por un mes a fin de que se le otorgue unos pocos cuarterones más.(…).
Averiguados los indios por qué no comerciaban con la sal de Barbacoas que recogían del mar, indicaron que el producto no tenía los mismos efectos que la sal de Otavalo, sobre todo para mantener contentos a los espíritus de su tierra que les pedían llevar como ofrenda la sal de este lugar. Por ello era de ver la alegría que les causaba llevar trozos de sal a sus apartadas comarcas …. (Archivo Histórico del Ministerio de Cultura, Ibarra. Informes de los
corregidores, Tomo II, 1674-1680, fol. 75)
Existen numerosos documentos de que la sal del pueblo de Salinas llegaba hasta apartados lugares en el Virreinato de Nueva Granada, como Popayán y Cali, en razón de su sabor especial. El comercio, para finales del siglo XVIII, ya era manejado por negociantes españoles, quienes se ufanaban en afirmar que “era la mejor de la región”.
En el período independentista, Simón Bolívar cuida de que no haya monopolio de la sal, para lo cual dicta varias medidas para evitar la actividad de “comerciantes inescrupulosos y ambiciosos que hacen daño a nuestros ciudadanos, sobre todo al ejército con sus precios desorbitantes”. Entre 1830 y 1833, Juan José Flores crea en Ibarra una escuela de primeras letras “para la enseñanza y aprendizaje de los niños de la ciudad, a cuyo preceptor se le pagará la suma de ocho pesos mensuales con cargo a los ingresos ocasionados por el impuesto a la sal del pueblo de Salinas…” (Archivo Gobernación de Imbabura, 1834).
En igual forma, el primer colegio laico que fue creado por Eloy Alfaro en Tulcán, con el nombre de “Bolívar” sería financiado “con los impuestos que genere en la aduana la venta libre de sal, valores que el señor Gobernador Luciano Coral sabrá aplicarlos con rigor para el buen funcionamiento del plantel” (Archivo del Ministerio del Interior, Informes del Gobernador del Carchi, Quito, 1896, h. 12)
La producción de sal y su comercialización constituyó una fuente muy importante de ingresos económicos para los gobiernos del Ecuador hasta casi finales del siglo XIX.
*Antropólogo e historiador. Investigador especializado en temas nacionales.