En agosto del 2016, el INPC inspeccionó el tramo de este camino en Chimborazo. Foto: Archivo EL COMERCIO
Los usos que los habitantes de las comunidades de Alausí y Chunchi les dan a las plantas que crecen en el borde del Qhapaq Ñan son variados. Algunas se usan para curar enfermedades y dolencias menores, se incluyen en baños rituales y otras sirven para alimentar a los animales.
Según los técnicos del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), estos conocimientos fueron heredados de generación en generación y deben preservarse. En un estudio realizado por esta entidad, en solo 700 metros de camino se identificaron 27 especies con usos ancestrales.
“Los conocimientos de las personas que habitan en las comunidades aledañas al Qhapaq Ñan también son parte del patrimonio. El objetivo de este proyecto es rescatar estos conocimientos que se están perdiendo, y salvaguardarlos”. Así lo indica el antropólogo Edison Solórzano, responsable de la unidad de Patrimonio Cultural Inmaterial.
Según el técnico, junto con las ruinas arqueológicas de ese sistema vial construido por los incas, también se identificaron prácticas y tradiciones ancestrales. Las técnicas constructivas que se usaron para edificar el camino, por ejemplo, siguen vigentes en algunas comunidades indígenas.
Además, se estudian las costumbres de la gente, los usos sociales del Qhapaq Ñan, la ritualidad, las habilidades artesanales y otros conocimientos que se transmitieron por tradición oral. “Los niños ya no saben mucho de lo que nos contaban los abuelos. Muchos ya no están interesados en aprender de lo antiguo porque ahora tienen celulares e Internet”, dice Ricardo Anduisaca, habitante del sector.
Él también es uno de los participantes más activos en la investigación que realizó el INPC. En el proyecto también participaron otros habitantes de las cinco comunidades que viven cerca al Qhapaq Ñan.
La investigación se inició en el 2015, cuando el Qhapaq Ñan, que también era conocido por los nativos como ‘Camino del Inca’, fue declarado como patrimonio de la humanidad por la Unesco. Eso volvió a poner en la mira del mundo a esa joya arqueológica.
El proyecto de salvaguardia incluía la recuperación de las ruinas del sistema vial andino y la capacitación a los habitantes de las comunidades aledañas para la explotación turística del sitio. Ellos buscan aprender de nuevo lo que les enseñaron sus abuelos para repetirlo a los visitantes que llegan a conocer el camino.
Las plantas que crecen en los bordes también son parte de la atracción que esperan mostrar. “Aquí hay toda una botica. Nosotros no necesitamos ir al hospital por una dolencia pequeña porque aquí lo tenemos todo, además, no hay farmacias cerca”, dice Manuel Malán, de la comunidad Azuay.
Allí crecen plantas como la ortiga de monte, que se usa para aliviar dolores de cabeza y reumatismos. También hay chimbalo, poleo, achupilla, milán, entre otras, que se usan para enfermedades respiratorias o infecciones.
Además, hay plantas que se usan para el alimento de los animales, para dividir cultivos o para limpiar los granos que cosechan. “Muy pocas personas conocen todos los usos de esas plantas. La idea es difundir nuevamente estos conocimientos en las escuelas y colegios”, dice Solórzano.
Las plantas y otras tradiciones de esas comunidades continuarán investigándose este año. Las primeras conclusiones son el resultado de un barrido preliminar.