La paradoja nórdica: Golpes en medio del bienestar

En Suecia, en julio del 2018, entró en vigencia una ley sobre relaciones sexuales y violaciones que generó polémica en el país. Foto: AFP

En 1971, Suecia se convirtió en el primer país en el mundo en otorgar el derecho de permiso por paternidad, pero hicieron falta casi dos décadas para que los hombres en ese país hicieran uso del mismo a mayor escala.
Las entrevistas realizadas por el investigador Lucas Gottzen, de la Universidad de Linköping, mostraron que quienes se acogieron a este beneficio eran vistos en esa época como de categoría inferior por sus pares y, según reseña Harvard Political Review, fue solo en la década de los noventa que el uso de ese beneficio se volvió más popular.
De todos modos, estadísticas muestran que en ese país hoy son las mujeres quienes toman el 75% de esos 480 días de permiso para cuidar a los recién nacidos que cada pareja puede distribuir entre sus miembros, previo acuerdo entre ambos.
Es que a pesar de sus altos estándares de vida, acceso por igual a la educación y menores brechas salariales en función del género, Suecia y sus vecinos (Islandia, Noruega, Dinamarca y Finlandia) se quedan bastante mal parados en los rankings internacionales de violencia doméstica contra la mujer.
En el 2017, la publicación Social Science & Medicine dio la escandalosa cifra de 30%: tres de cada 10 mujeres siguen siendo abusadas física o sexualmente por sus parejas en esos países, un promedio mucho mayor que sus menos avanzados vecinos de la Unión Europea, que rondan el 22%. El fenómeno ya tiene su propio nombre: la paradoja nórdica.
La búsqueda de los porqués puede llevar a muchos siglos atrás en la historia. En la sociedad vikinga, si bien la mujer tuvo atribuciones impensables en ese tiempo para sus congéneres de otras latitudes, como administrar sus tierras o solicitar el divorcio, su papel dentro de la sociedad estaba prácticamente desligado al ejercicio del poder o la jefatura de la familia.
Y hay hechos y cifras que parecerían mostrar que existen patrones que se repiten, según se ve reflejado en el análisis de Vanessa Brown Calder, del Instituto Cato, con sede en Washington. En esas cinco naciones vistas como ejemplo de lo que debe ser un Estado de bienestar, la cuota de mujeres en mandos altos oscila apenas entre el 1 y el 4,6% de las trabajadoras, mientras en EE.UU. llega al 14,6%.
En un intento por hallar explicaciones, la periodista neozelandesa Carolyn Moynihan se encontró con una marcada división de la fuerza laboral, con mujeres todavía escogiendo profesiones tradicionalmente femeninas, como la Enfermería, y los hombres decantándose por la Ingeniería y otros empleos ligados a lo tecnológico.
Investigadores de la Universidad Lund en Suecia encuestaron a adolescentes de 15 años en el 2017 y vieron con decepción que chicas y chicos planeaban sus futuras carreras en la misma línea.
El año pasado, la revista Science planteó una hipótesis: es precisamente la igualdad de género alcanzada por las economías altamente desarrolladas la que permite a hombres y mujeres seleccionar el trabajo y estilo de vida que prefieren. Si bien estas opciones debilitan los ideales de equidad de género, parecerían corresponder a las inclinaciones más profundas, que son distintas en ambos sexos.
Un resultado muy similar se encuentra en las conclusiones del documento ‘La paradoja de género en STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés), publicado en el 2017: mientras un país tiene mayor equidad respecto de oportunidades para todos los géneros, hay menos probabilidades de que una mujer escoja carreras en Matemáticas y Ciencias. Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, cuenta con uno de los mayores porcentajes en el planeta de graduadas en estas áreas.
Una infinidad de estudios han mostrado que las mujeres con niños pequeños prefieren, si tienen esa posibilidad, quedarse en casa o como máximo tener un empleo a medio tiempo. Con este dato, Moynihan se atreve a especular: “quizás algo está mal con el tipo de igualdad que el sistema nórdico ha venido promoviendo. A lo mejor contribuye al conflicto entre las parejas que ella se quede en casa con un ingreso menor -el Gobierno entrega un 80% del sueldo durante el permiso postnatal de más de un año- y él quiere ganar más…”.
Otro factor que profundiza la magnitud de esta paradoja en estos cinco países tan adelantados en muchas otras cosas es la prevalencia de actitudes sociales que normalizan el abuso sexual. Resulta sorprendente la historia de leyes que han considerado que una violación por parte del cónyuge no constituye un delito. Suecia apenas lo volvió ilegal en 1965, Finlandia en 1994 y Noruega no lo hace todavía.
Por otro lado, investigadores sociales han percibido un fuerte factor vergüenza. Kevat Nousiainen, de la Universidad Turku en Finlandia, explica en Harvard Political Review que el hecho de que las mujeres finlandesas son percibidas como fuertes y autosuficientes les vuelve más difícil denunciar un abuso dentro de su propia casa, “porque se sienten culpables de ser la víctima”.
Todo esto, sumado a la proliferación de violencia sexual en festivales al aire libre en Islandia en años recientes, ha concertado la atención de muchas activistas por los derechos de la mujer, para quienes la reputación progresista de estas naciones contrasta dolorosamente con sus experiencias diarias.
Dos de las tres monarquías en la Península Escandinava -otra paradoja que muchos en países menos desarrollados no alcanzan a entender- estarán en manos de mujeres a mediados de este siglo, mientras los roles en las familias habrán cambiado muy poco en relación con los de sus antepasados vikingos.
Y mientras hasta hace poco más de una década jóvenes daneses vendían camisetas para ayudar a la causa de las FARC al otro lado del mundo, en Suecia florece actualmente el debate sobre qué hacer con el creciente número de mendigos en sus calles. Crecimiento económico y desarrollo tecnológico no garantizan, de lo que se ve, una sociedad sin claroscuros…