Ana Umajinga es oriunda de la comunidad de Zumbahua. Ella aprendió las técnicas del pintado de su esposo. Fotos: Fabián Maisanche / EL COMERCIO
Las mujeres de la comunidad indígena de Tigua, en Pujilí, aprenden de a poco una actividad que antes era más común entre los hombres de este cantón. Se trata del tallado y pintura de las máscaras que se usan en varias fiestas locales.
Esta labor la realizan en los pequeños talleres familiares que funcionan en las salas o patios de sus viviendas, ubicadas en la vía Pujilí – La Maná.
En las mismas casas, las hábiles artesanas adecuaron tiendas donde exponen las máscaras hechas con madera, cuadros elaborados en cuero de oveja y ropa hecha con lana de borrego o llama.
Ana Umajinga es oriunda de la comunidad de Zumbahua, ubicada a 15 minutos de la comuna de Tigua. Ella elabora las máscaras con el apoyo de su esposo Alfonso Toaquiza. Entre las caretas que se encarga de crear están las que tienen forma de perro, lobo, leopardo, colibrí, mono, la del tradicional diablo huma, entre otras. A estas se suman los payasos, demonios y catrinas o calaveras.
Las figuras de los animales propios de los Andes y de la Amazonía son parte de las fiestas ancestrales que se desarrollan en las comunidades indígenas de esa zona. Los participantes que las usan, hacen bromas con los asistentes. Su atuendo se complementa con todo tipo de vestimenta colorida y llamativa.
Umajinga confiesa que su familia y vecinos del barrio desconocían del tallado de la madera, hace varios años atrás. A los 16 años contrajo matrimonio con Alfonso, hijo de Julio Toaquiza y uno de los impulsores del arte de las comunidades del occidente de Pujilí.
“En los primeros años no me llamaban la atención estas obras de arte. Las necesidades del hogar y el apoyo para mi esposo me obligaron a aprender del tallado”, cuenta.
Magdalena Toaquiza Ugsha arregla las máscaras que aprendió hacer desde los ocho años, en su local.
Las primeras máscaras que talló lo hacía con ayuda de herramientas como sacabocado, tachuelas, suelas y otras. Ahora tiene varios instrumentos sobre su escritorio junto a las pinturas.
Su esposo Alfonso le asesoró al inicio, ahora dice que talla máscaras ella sola. Este trabajo lo empezó en una mesa de madera de su taller en la comunidad de Tigua que aún conserva. El intenso frío le obligó a migrar con su pareja y dos hijos al centro de Pujilí.
En la urbe abrió un pequeño taller donde realizaba el tallado de la máscara con los procesos de enyesada, pulida y pintada. Al principio le tomaba entre cuatro y seis horas pintar una máscara y ahora solo es una hora.
“El pintado me resultó un poco demoroso y aburrido. Pero el arte requiere de estos dones y eso lo aprendí con el paso de los años. La primera máscara que vendí en Otavalo me motivó para seguir”.
Al igual que Umajinga, son varias las mujeres que habitan en Tigua que también aprendieron a hacer las máscaras y a venderlas.
Una de las más jóvenes talladoras es Magdalena Toaquiza Ugsha. La artista indígena aprendió desde los 8 años las técnicas de pintura de su padre Julio Toaquiza. La joven cuenta que su progenitor le transmitió los conocimientos junto a sus siete hermanos.
“La elaboración y pintura de estas máscaras no va a desaparecer. Hay muchos jóvenes indígenas que aprendieron y están revalorizando este arte, no solo de mi comunidad, sino de otros sectores de Cotopaxi”, aseguró Toaquiza.
Las máscaras que están a la venta son de diferentes tamaños y precios. El costo va desde los USD 20 hasta los 100. El valor de la careta aumenta dependiendo del acabado y los detalles que tengan.
La mayoría de máscaras tiene tres agujeros que representan los ojos y la boca. Cada detalle la hace diferente de las demás, como el tallado de orejas, cachos o cuernos.
Toaquiza explica que las pinturas que más se utilizan para estos artículos son óleos y acrílicos, que duran más.
“Nuestro trabajo es apreciado y valorado en su mayoría por los turistas extranjeros. Los fines de semana y feriados es donde se registra la mayor cantidad de visitantes”, asegura Toaquiza.
Las máscaras también se comercializan en Latacunga, Pujilí, Otavalo y Quito. Uno de los lugares donde hay más de 20 locales es el ingreso a la laguna de Quilotoa, en la parroquia Zumbahua.
Judith Castro adquirió una máscara pequeña en USD 30. La turista junto con sus amigos visitaron esta zona y se admiraron del trabajo de los indígenas. “Algunas máscaras tienen detalles que las hacen muy vistosas”, dice Castro.