La obra ‘El día en que yo dejé de ser yo’ . Foto: cortesía Joaquín Dávila.
La duplicidad como condición inherente del ser humano es la idea que se aborda como una posibilidad de juego y desinhibición a través de ‘El día en que yo dejé de ser yo’. La obra se estrena mañana en el teatro de la Asociación Humboldt y estará en cartelera hasta el próximo 9 de febrero del 2019.
Por segundo año consecutivo, la actriz, directora y docente Manuela Romoleroux fue invitada para dirigir la Lectura Escénica de la Asociación Humboldt. Se trata de un programa de intercambio cultural en el que cada año se invita a un director local para guiar la lectura de una obra de teatro alemán traducida al español.
La obra escogida para el año pasado fue ‘El día en que yo dejé de ser yo’, del dramaturgo y director alemánRoland Schimmelpfennig, traducida al español por Birte Pedersen.
Nacido en Gotinga, en 1967, Schimmelpfennig se ha desempeñado como periodista, escritor y director de teatro y es uno de los más productivos y premiados dramaturgos contemporáneos de Alemania.
‘El día en que yo dejé de ser yo’ tiene como protagonistas a una pareja y su hija, quienes después de 25 años de casados, un día llegan a casa tras cumplir con su rutina diaria y descubren que se han duplicado. Pero lejos de convertirse en un problema, aquella situación se convierte en juego de infinitas posibilidades que adopta la forma de la comedia.
“La lectura de la obra de Schimmelpfennig me provocaba tantos juegos visuales que decidí lanzarme a hacer un ejercicio escénico sobre la lectura”, dice Romoleroux sobre una obra con vocación universal a partir de la dualidad del ser humano como una idea abordada ampliamente en la literatura, el cine, la música o la filosofía, en diversas culturas.
Tras un análisis de los personajes, la directora decidió que también actuaría en la obra y convocó a Sara Noboa, María Fernanda Auz, Orlando Erazo y Eric Cepeda para completar el elenco. Con estos actores ha compartido tablas en otras producciones y manejan un mismo lenguaje escénico.
Para la puesta en escena, la directora trabajó con Gabriela Villacís para crear un vestuario neutro que no marque ninguna referencia de época ni cultura. También planteó el montaje como “un juego de teatro dentro del teatro”, donde los personajes también asumen la función de narradores de su propia historia.
La historia, que transcurre en varios ambientes de la casa familiar, se construye y transforma en escena con elementos mínimos, que trasladan el foco de atención hacia el diálogo y el trabajo corporal.
El heavy metal, funk, ritmos latinos y música experimental funcionan como un código de aproximación en esta adaptación escénica.
En la convivencia de los personajes con sus otros yo, cabe una reflexión sobre el ser humano visto como un engranaje productivo que descarta sus otras facetas, en medio de divertidas situaciones.