Simón Bolívar y la moral administrativa

Simón Bolívar se mantiene como un referente para los países que independizó. Sin embargo, su ideal es ignorado o utilizado con otros fines. Foto: Wikipedia

La Historia y los pueblos van olvidando de manera progresiva el pensamiento y obra del Libertador Simón Bolívar. Su ideal en la actualidad solo sirve para que ciertos agoreros redacten los más imprevisibles discursos, mas no para cumplir con sus sabias lecciones de moral y patriotismo.

Vislumbrar el horizonte de Bolívar como estratega militar, demócrata, ciudadano e intelectual no es tarea sencilla. Para adentrarse en su ideal es necesario ser perseverante en el estudio de su corriente filosófica; sin embargo, para quienes con verdadero interés buscan su orientación en el campo social, político, cultural, estratégico castrense y de otros órdenes, en el cual el ‘Alfarero de naciones’ fue un genio, no es muy difícil, toda vez que sus famosas cartas, sobre todo las de Jamaica y el texto sobre el Congreso de Angostura, son libros abiertos a la moral, el buen gobierno y el servicio desinteresado y patriótico a sus connacionales. Por lo tanto, su lectura enseña, su pensamiento educa, su ideal orienta y su obra ilustra para bien y provecho de los demás.

En esta circunstancia, es importante señalar que Bolívar “siempre legislaba en función del pueblo, moralizando la administración pública, persiguiendo a los oportunistas, despreciando a los injustos y desdeñando a los especuladores; lo cual, de suyo, le trajo muchas desventuras y persecuciones, así como decepciones por cuanto en quienes más confió fueron los que más le traicionaron por su desmedido afán de riquezas, honores y glorias -tan cortas y efímeras-; por cuanto ellos, luego de gozar venturas y honores cortos, el tiempo les cobra pagándoles con desventuras, vergüenza y persecuciones, si no por la justicia, por su propia conciencia; y, lo que es más, con desmedro y deshonor para sí y sus propias familias…” (Miguel de Albornoz, Bolívar, héroe y mártir, Imprenta de J.L. Herzosaga, Caracas, 1940, p. 92).

Es importante resaltar la actitud de Bolívar frente a la gestión pública, ya que jamás quiso nombrar a quienes urgían o buscaban con afán desempeñar cargos públicos. Lo hizo con aquellos que demostraban respeto para el bien común pero lejos de la administración estatal, para lo cual el Libertador casi les imponía el desempeño de tal o cual función, ante lo cual anteponía la obligación de los ciudadanos de trabajar por la causa de la libertad y la justicia. Tal fue el caso del doctor Jeremías Ordegaña, a quien encargó la Administración de Correos, en Caracas, año 1812, con la circunstancia de que este magistrado renunció al poco tiempo “cansado de los arrebatos y pretensiones de los miembros del Congreso de Caracas que se estableció el 2 de marzo de 1811, quienes, en su mayoría, respondían a sus intereses personales e ideológicos, mas no a los de la Patria” (Vicente Heras, Patriotas y patrioteros, Ediciones Águila, Bogotá, 1951, P. 78. Edición abreviada, BAEP).

Este hecho obligó a Bolívar a promulgar la Ley contra los Defraudadores de la Renta del Tabaco, en septiembre de 1813. Con esta pretendía frenar la inmoralidad administrativa practicada por los responsables de los bienes públicos, muchos de los cuales no rendían cuenta al Gobierno sino a varios diputados y funcionarios de alto nivel, a quienes debían sus designaciones, hallándose, por lo tanto, obligados a entregar a sus protectores contribuciones mensuales, sacadas de los ingresos fiscales por el comercio del tabaco y la sal.

La lucha de Bolívar fue admirable contra quienes defraudaban al Estado o al Ejército. El celo mostrado por él en el manejo de los fondos públicos fue muy grande, tal como demostró una vez más cuando en 1821 tomó medidas drásticas contra los empleados de las Rentas Públicas y Aduanas, quienes fueron acusados por la opinión pública de “ladrones públicos y defraudadores del Estado”. La orden fue dada de manera personal por el Libertador, el 27 de mayo, al vicepresidente Carlos Soublette, en su carácter de Jefe del Ramo de Hacienda, para lo cual ordenó que se suspendiera a todo el personal, tanto de rentas como de aduanas.

Para ello “dispone se haga una investigación muy detenida sobre las gestiones de estos empleados, y que de comprobarse o presumirse sus delitos, se embarguen sus mal habidas propiedades. Bolívar lamenta el hecho de que para llegar a este extremo, los abusivos son apoyados, secundados y protegidos por jueces inmorales, ineptos y ambiciosos, quienes forman parte de redes delincuenciales que asechan los fondos públicos” (Ibid. Heras, p. 90).

No perdonó jamás a los soldados rasos por faltas pequeñas, como por ejemplo dispuso “castigar ejemplarmente a Manuel Chinga, por haberse sustraído una bolsa de pólvora, dos herraduras, cuatro clavos y una jergueta de lana para venderlas en la plaza de Puedmal. También a Pedro Pinchagua, propio de Túquerres y sirviente del Batallón de Lanceros, por el robo de una poma de aguardiente, tres mazos de tabacos, algunas mechas de pólvora y diez brazas de cabestros para asegurar caballos.

Bolívar decía que los robos pequeños se deben cortar de inmediato y con castigo, antes que dictar la pena de muerte por robos mayores, a los que sí se deben someter varios delincuentes de gobierno que roban descaradamente dinero y fondos del pueblo…” (Miguel Flores, Cosas y casos de la independencia, Imprenta de L. Perdomo, Bogotá, 1928,p. 53).

El Libertador se hallaba muy consciente de la pobreza fiscal del Estado, sobre todo en la década de 1811 a 1820. “Bolívar no deseaba de ninguna manera que se malgastara el dinero en actividades en las que no se beneficie el pueblo. De esta manera, él estaba consciente de la dura situación que pasaba el país, sabiendo que muchos morían de hambre o de frío en las calles; y es por ello que renuncia al lujo y a las comodidades para invertir el dinero de su bolsillo en la revolución, para fomentar ideas suyas”. (Pedro Vicente S. Llanos, Bolívar y su lucha, en revista del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Nº 138, enero-diciembre del 2007, p 93).

Con el fin de corroborar sus afanes de austeridad, en 1825, Bolívar remite una carta a Sucre, quien en Lampa, localidad peruana, esperaban a Bolívar para ofrecerle un agasajo por su aporte a la independencia del Alto Perú: “…el señor General Don Guillermo Miller, dio orden para que de los fondos públicos del Departamento de Puno se sacasen 6 000 pesos para los gastos de recibimiento de Su Excelencia (…) manda a decir a Vuestra Excelencia, que su voluntad no es agravar los fondos del Estado (…) y que si Guillermo Miller ha dado esa misma orden en todos esos Departamentos, haga usted se suspenda inmediatamente, y que (el dinero) se reintegre inmediatamente al tesoro público” (Op. cit., p. 93).

Revisar el pensamiento de Bolívar, repito, no solo que educa, sino también compromete con el bien hacer: “El hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se protegen los derechos de los ciudadanos, y se respira el carácter sagrado de la humanidad: la nuestra es madre de todos los hombres libres y justos, sin distinción de origen y condición” (Bolívar a José Pereira, 1 de julio de 1821).

 * Canciller de la Academia Bolivariana de América-Ecuador

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