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Una perla en el pacífico que fue nombrada Guayaquil

Puerto de Guayaquil, según el pintor francés Ernesto Charton de Treville, en 1850. Foto: Wikipedia

El 25 de julio de 1537 es la fecha tradicionalmente aceptada de la tercera y última fundación de Guayaquil, por parte de Francisco de Orellana. Pero no hay certeza de que haya sido así y los propios historiógrafos porteños barajan distintas versiones sobre el acontecimiento.

Jamás existió un original del acta respectiva, de modo que tal suceso se basa en la referencia general de la Crónica del Perú de Pedro Cieza de León, quien como coetáneo es la voz más autorizada de la conquista, seguida posteriormente por monseñor Federico González Suárez, en su Historia General del Ecuador.

En cualquier caso, hay una secuencia con la fundación de Santiago de Quito, el 28 de agosto de 1534, cuando Diego de Almagro y Sebastián de Benalcázar, apremiados por la inminente llegada de su rival Pedro de Alvarado, adelantado de Guatemala, al Ande ecuatorial, llevaron a cabo el acto de posesión territorial. Luego de llegar a un arreglo amistoso, a cambio de una generosa compensación económica, dicho asentamiento, en las inmediaciones de la actual Riobamba, quedó despoblado ante la necesidad de continuar más al norte para establecer la urbe de San Francisco de Quito, el 6 de diciembre del mismo año.

De ahí que, en 1955, el historiador Miguel Aspiazu Carbo haya expuesto su tesis de que esa fundación de papel, efectuada en las faldas del Chimborazo, se haya trasladado como hecho jurídico a las márgenes del Guayas, en fecha posterior. Hay que tener presente que Quito era toponimia de un extenso territorio, no específicamente de una ciudad.

Lo cierto es que Benalcázar advirtió la necesidad de erigir un puerto en el río que desembocaba en la isla de Puná, más cercano a Panamá de lo que estaban Tumbes o Piura. Para el efecto organizó una expedición a la costa por las abras del Chimbo al mando de Pedro de Puelles, que conocía la fragosa y áspera ruta toda vez que había acompañado a Alvarado en su penosa travesía desde Manabí.

Los primeros días de junio de 1535, luego de fundir todo el oro y la plata que pudo recaudar, el fundador de la capital se dirigió a Piura para congraciarse con Francisco Pizarro, a fin de obtener su autorización para continuar con la conquista hacia el norte. No regresaría sino hasta finales de diciembre, según da cuenta el cronista quiteño Jacinto Jijón y Caamaño.

Al volver del Perú, seguramente en noviembre, realizó la primera fundación de Guayaquil en las proximidades de la actual Babahoyo. Dejaría el asentamiento de 70 hombres a cargo de Diego de Daza, que no perduraría debido a la sublevación de los indígenas huancavilcas por la continua exigencia de metales preciosos y el abuso con sus mujeres. Con las justas éste y seis de los suyos salvarían la vida para regresar a Quito.

Lo ocurrido obligó a enviar una partida pacificadora a órdenes del capitán Francisco de Zaera que, en mayo de 1536, efectuaría la reubicación del precario villorio en las márgenes del río Yaguachi, que tampoco perduraría. Pronto llegó la noticia del sitio de Cuzco y, al tiempo, de Lima por parte de las huestes de Manco Cápac II, que pretendía la restitución del incario, lo que tornó urgente organizar milicias de refuerzo.

Uno de los más entusiastas fue Orellana (cuyo patronímico significa “el de la orilla”), flamante encomendero en la Villanueva de San Gregorio de Portoviejo, fundada el 12 de marzo de 1535, quien vendió tierras y animales para alistar, con cargo a su peculio, 80 hombres y 12 caballos que se sumaron a la columna de auxilio del gobernador Gonzalo de Olmos.

Cuando llegaron a la ciudad de Los Reyes el cerco indígena se había levantado, continuando hasta Cuzco, cuyo asedio se dispersaría en marzo de 1537. Entonces surge la duda si el joven Orellana, de 26 años, regresó de inmediato con el encargo de Pizarro de refundar Guayaquil, con el título de capitán general, o si se quedó participando en la inminente guerra civil que se desataría entre pizarristas y almagristas.

Hay historiadores que dan cuenta que luchó por la victoria en la batalla de Salinas el 6 de abril de 1538, cuyo desenlace fue la captura y ejecución de Almagro, donde perdió un ojo. Otras versiones dan cuenta que se volvió tuerto a consecuencia de una de tantas guasábaras, o refriegas con los indígenas, en las que participó.

La primera hipótesis, explicaría que el escritor Rafael Euclides Silva, en su obra “Biogénesis de Santiago de Guayaquil”, considere que su fundación ocurrió el 25 de julio de 1538, un año después de lo que señala el acervo histórico, en la misma efeméride del Apóstol.

La sitúa al pie del Cerrito Verde, que sería bautizado como Santa Ana por corresponder al santoral del día siguiente. Por el carácter anegadizo del terreno, rodeado de manglares y pantanos, no resultó factible hacer el acostumbrado trazado de damero de las ciudades españolas, lo que condujo a los cronistas a destacar que el poblado tenía “mal asiento”.

Un investigador tan informado y riguroso como Julio Estrada Icaza llegó a sostener que el asentamiento de Orellana fue en algún lugar de la rivera oriental del río Babahoyo, para permitir la comunicación directa con Quito, sin necesidad del cruce.

El emplazamiento definitivo fue dispuesto en la margen opuesta del río Guayas por Olmos, recién en 1541, por una necesidad defensiva ante la desconfianza que se tenía de Puelles (ambos citados previamente), quien había quedado como gobernador encargado de la capital, luego de la partida de Gonzalo Pizarro al País de la Canela junto a Orellana, que descubriría el río Amazonas.

Por entonces, las luchas intestinas entre conquistadores habían recrudecido a raíz del asesinato de Francisco Pizarro en Lima. Y no tardarían en exacerbarse con la Rebelión de los Encomenderos, encabezada precisamente por su hermano menor en contra de las Leyes Nuevas, que limitaban la heredad de las encomiendas. Por haber mantenido su fidelidad durante esta guerra civil, sin cambiar de bando, la corona otorgaría a la ciudad el título de “Muy Noble y Muy Leal”.
Conforme a una relación promediando el 1600, el Puerto Principal consistía en 71 casas y cuatro iglesias: la parroquial y a la vez las correspondientes a los dominicos, agustinos y franciscanos.

Desde sus modestos orígenes se fue levantando pujante y altiva para, al cabo de siglo y medio, inspirar la célebre copla del dauleño Juan Bautista Aguirre (1725-1786): “Guayaquil tierra hermosa/ de la América guirnalda/ de tierra verde esmeralda/ y del mar perla preciosa”, que daría origen a su orgulloso rótulo de Perla del Pacífico.

 *Periodista, escritor e historiador. Es miembro de la Academia Nacional de Historia.