En su ventanilla del consulado ecuatoriano en Madrid atiende a los migrantes que salieron de la línea imaginaria para tentar a la fortuna en Iberia. A muchos de sus compatriotas los encuentra después por la calle y se extiende en saludos, hay quienes lo llaman “monseñor” porque ha celebrado bodas, como también ha sido el escribano de defunciones, bautizos y flujos migratorios. Un oficio demasiado gris –se diría– para alguien que vive la literatura; aunque sabemos por Kafka y Pessoa, que la espesura burocrática se presta para algún destello.
Gustavo Salazar Calle (1966) se inició en la lectura adoptando el hábito de su padre, Miguel Ángel, “un lector consuetudinario” como lo califica, que lo mismo se daba a su oficio de relojero, como a la inmersión en un tratado de Anatomía. Tenía –cuenta Gustavo, desde allende el Atlántico– una biblioteca modesta, 50 libros y un par de diccionarios; allí reposaba el germen de la fascinación. Desde entonces no ha habido retorno, sino el caos de un lector instintivo que salta entre títulos para ver la realidad desde la literatura.
Dejó los cómics de infancia y se fue de aventura con Sienkiewicz y Salgari; esto era cuando, nacido en Quito, pero residente en Cuenca, hijo de tungurahuense y cañareja, sus compañeros de escuela lo llamaban “allulla”, para probar la mezcla de acentos con la que Salazar hablaba.
Cuando estuvo en la nocturna del Mejía, Gustavo vivió cual búho. Terminaba clases a la medianoche y desde ese instante hasta el alba mucha literatura pasaba por sus ojos. En esos años mozos de rebeldía sin causa, “cuando uno se pregunta por el sentido de la vida, lo único armónico que hallé fue la literatura, la música y el cine, las pasiones”, cuenta, y le adivino un gesto. Sin embargo su promiscuidad musical, no se repitió en las letras donde mantiene exigencia y rigor.
Más cuestionamientos que respuestas anidaron en sus sienes, cuando Stendhal le dio ‘Rojo y negro’;Victor Hugo, ‘Los miserables’; Dumas padre, ‘El conde de Montecristo’; y el siglo XIX, su narrativa. Luego vendría lo conflictivo del siglo XX con ‘Los indiferentes’, de Moravia; ‘Viaje al final de la noche’, de Céline; ‘El extranjero’, de Camus; ‘La náusea’, de Sartre; hasta ‘El pozo’, de Onetti.
Las letras ecuatorianas siempre han circulado junto a él. Gustavo le endosa el drama del parricidio y la escritura de grupos a la generación que lo precedió; él se queda con el deleite por la lectura. Sin pertenecer a colectivos ni cofradías, Gustavo entabló amistades con quienes tenía coincidencias de lecturas. Raúl Serrano y Raúl Pacheco son los primeros nombres que saltan en su memoria, luego aparecen otros, Javier Vásconez, Édgar Freire, Luis Rivadeneira, Alfonso Ortiz Crespo…
Con el último, Gustavo se detiene y se abre al recuerdo de cómo Ortiz Crespo le puso a cargo del archivo y la biblioteca personal de Benjamín Carrión; piedra base de lo que ahora es el Centro Cultural que lleva el nombre del pensador. Entre manuscritos, documentos y descubrimientos, las aficiones de historiador y biógrafo explotaron en Gustavo. De ahí nació la idea de sus ‘Cuadernos a pie de página’, una serie que compila correspondencias, facsímiles, textos y estudios sobre la obra de escritores ecuatorianos, en no más de una centena de páginas; con el cuidado y el detalle que sólo puede dedicar un bibliófilo contumaz.
Si el proyecto de una publicación masiva se desvaneció en el camino, la serie sigue existiendo y creciendo, más que nada como un recuerdo y un esfuerzo personal, que Gustavo cumple para sus allegados, a quienes sorprende cada fin de año con un título nuevo; en lugar de una tarjeta con deseos de prosperidad, ahí va un librito, numerado y con dedicatoria. Hasta ahora lleva publicados los de: Pablo Palacio, César E. Arroyo, Gonzalo Zaldumbide y Benjamín Carrión.
Lejos de darse méritos como académico o transformador de la literatura del país, Gustavo propone relecturas sin ideologías de por medio y tampoco con el tropezón de la anécdota: antes que otorgar el genio de Palacio a las 77 cicatrices en su cráneo, lo hace a su carácter de excelente escritor. Con un tono personal y sencillo pasa de lecturas de Rodó a Queiroz, de artículos de prensa a ensayos poco difundidos, para descubrir un Arroyo, no solo diplomático sino escritor de valía; o para difundir la obra de Zaldumbide, ocultada por la política y el compromiso de sus coetáneos; o para versar sobre Carrión como lo haría un lector total de su obra.
Los cuadernos también los hace –dice en tono aún más íntimo– por su hija, Sofía, amor por el cual se trasladó a España. Pero ahora, ya prevé su regreso al Ecuador, así como prevé los siguientes cuadernos sobre Dávila Andrade, Escudero, Gangotena, Carrera Andrade,Espinosa Pólit o Juan León Mera. Esperamos la benditas obras, “monseñor”.
Hoja de vida
Gustavo Salazar
Su experiencia. De nacionalidad ecuatoriana y española, bibliotecario, bibliógrafo e investigador literario (Quito, 1966), especializado en temas hispanoamericanos y ecuatorianos. También es investigador de la historia de la imprenta y las bibliotecas en el Ecuador y en América Latina.