Cuando se habla de la literatura infantil y juvenil que se ha escrito en el país en las últimas tres décadas, es inevitable no mencionar el nombre de María Fernanda Heredia. Es una escritora que ha logrado enganchar en la lectura a miles de niños y jóvenes de Latinoamérica.
¿La sociedad es adultocéntrica?
Me parece que, la mayoría del tiempo, no nos acercamos a los niños desde el compromiso, el conocimiento, o desde una necesidad real de vincularnos responsablemente con todo lo que atañe a su mundo. Los adultos nos miramos como una prioridad en la vida y en la sociedad, como los grandes gestores y los dueños de una batuta. La infancia, aunque sea otro el discurso, siempre está lejos y de una manera distorsionada.
¿Qué diferencias encuentra entre los niños de su infancia y los de las nuevas generaciones?
Cuando hablo con los niños sobre lo que fue mi vida infantil tengo que explicarles cosas que les resultan absolutamente curiosas y extrañas. Por ejemplo, cuando me dio hepatitis tuve que encerrarme en mi cuarto y hacer una cuarentena para no contagiar a mis hermanas. Me suelen preguntar si no tenía una computadora, videojuegos o una tableta para entretenerme y no, no tenía. Igual, cuando les digo que algunos años felices de mi vida me los pasé jugando en la calle tampoco lo entienden, me preguntan cómo me daban permiso, o si no tenía miedo de que me pasara algo.
¿Cómo sobrevivió a esa primera cuarentena de su vida?
Sobreviví gracias a la lectura y a la escritura. Cuando me tocó quedarme encerrada por la hepatitis, mis padres dijeron bueno cerramos la puerta y ya está. En mi época, si los niños nos aburríamos no pasaba nada. Un día, mi tía me dejó como obsequio un libro y al principio me pareció un regalo tontísimo, porque pensé que me iba a aburrir más todavía. Luego ese libro se convirtió en un detonante alucinante en mi vida. Eran ‘Las aventuras de Tom Sawyer’. Experimenté, en realidad, cómo era escaparme de mi ‘amarilla’ soledad, me olvidé por completo de mi timidez, mi soledad, mi falta de amigas, mis complejos y mis miedos.
¿Y luego qué pasó?
Como la lectura se acabó a los tres días y me quedaban tres semanas de encierro, comencé a escribir un diario imaginado porque mi vida, efectivamente, era muy aburrida; en ese diario comencé a inventarme otra vida, otra María Fernanda Heredia, que me gustaba más que la que yo era. Ese mes de encierro me la pasé escribiendo y no paré nunca más. Todo eso se lo debo al hígado; fue el gran responsable de todo esto que te estoy contando.
¿En qué momento se dio cuenta que quería dedicarse a escribir literatura infantil?
Cuando comencé, los niños no estaban en mi mundo más cercano. Me encontré con la literatura infantil de casualidad. Soy diseñadora gráfica de profesión y trabajé muchos años en publicidad. A los 22 años, un amigo propuso un proyecto a la editorial Don Bosco; una revista de lectura para niños. Me ofrecí como ilustradora, pero fracasé; me di cuenta que era malísima para ilustrar, pero me dio vergüenza contarle a mi amigo y para colmo le quedaron mal con un cuento, así que le dije: tú dibuja y yo me encargo del cuento. Esa noche me senté a escribir por primera vez un relato infantil. Ahora estoy convencida de que la literatura infantil me puso una emboscada y yo caí redondita.
A diferencia de lo que pasaba en ese momento, ahora hay un ‘boom’ de la literatura infantil.
En principio, me parece buenísimo porque tenemos acceso a muchas más obras de las que había en los catálogos de los años setenta u ochenta. Las editoriales entendieron que era importante vender un catálogo de literatura infantil bien configurado, más allá de los clásicos que son importantes y que muchas veces necesitan un acompañamiento y una mediación para ser disfrutados adecuadamente. Por otro lado, parecería que, a veces, existe urgencia de publicar, y muchos de los libros con los que te encuentras te dejan con un sabor a poco. Hay títulos que se han creado para encantar al mercado.
Hablando de los clásicos, ¿qué piensa de estas iniciativas de reescribir los cuentos infantiles?
Es un horror. Por favor, dejen en paz a los clásicos. No he revisado mis primeros libros, pero seguramente hay cosas que ya no representan lo que pienso, o cómo vivo ahora; pero no los editaría o corregiría jamás, porque somos el resultado del camino que hemos vivido. Voltear a ver ese camino y asumir los baches en los que caímos y de los que logramos salir creo que es importantísimo. Reescribirlos me parece una reverenda tontería. Es innecesario y absurdo.
Todavía existe esta idea de que solo los adultos pueden enseñar a los niños y no viceversa, ¿qué enseñanzas ha recibido de los niños?
Un día estaba presentando uno de mis libros en una escuela de Bogotá y un niño levantó la mano y me dijo que no le gustó el final. Entonces le dije que eso podía pasar porque cada uno es dueño de sus gustos. El niño replicó que no le gustó porque en los cuentos él siempre quería un final feliz; le traté de explicar que en la vida no siempre hay finales felices. Finalmente me recomendó que trabaje mejor mis finales porque podía haber niños como él que tenían una vida tan horrible que un final feliz en un cuento era una cosa necesaria. Ese día aprendí que, a veces, un niño no te lee desde una infancia feliz sino desde una tormenta personal.
Sus historias hablan de temas complejos, pero siempre están salpicadas de dosis de humor.
Creo que el humor es una postura en mi vida. Soy una persona tremendamente susceptible, llorona y miedosa. Tengo miedo a los fantasmas, a las arañas y hasta miedo a hacer el ridículo; y el humor siempre ha sido como ese gran compañero que me ha dado una palmadita en la espalda. Necesito el humor en mi vida para reconciliarme conmigo misma.
Trayectoria
Tiene publicados más de 30 libros infantiles. Ha recibido en cinco ocasiones el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil Darío Guevara Mayorga. En 2015 su libro ‘Los días raros’, escrito junto a Roger Ycaza, ganó el Premio A la orilla del viento.