El 27 de enero de 2021, María Augusta Hermida torció una historia de 153 años. Ese día se convirtió en la primera mujer en ocupar la rectoría de la Universidad de Cuenca. Lo hizo después de varias décadas dedicada a la docencia universitaria y al mundo de la arquitectura, dos pasiones sobre las que reflexiona en esta conversación.
La Universidad de Cuenca fue donde Matilde Hidalgo consiguió su licenciatura en Medicina.
Cuando me preguntan cómo una mujer llegó a ser rectora de una universidad pública después de 153 años, siempre digo que es porque han existido otras mujeres que han ido abriendo pequeñas puertas dentro de la academia. Una de ellas es Matilde Hidalgo, que estudió aquí su licenciatura hace más de 100 años. Eran presencias conmemoradas por las mujeres y vistas como actos asombrosos por los hombres. La lucha de las mujeres del pasado por ocupar nuevos espacios en la sociedad es lo que me ha permitido llegar a este cargo.
A Hidalgo le negaron matrícula en la Universidad Central y por eso se fue a Cuenca, ¿la universidad ecuatoriana sigue discriminando a las mujeres?
Más que discriminar, la sociedad en general ha impedido que las mujeres se desarrollen al mismo ritmo y en la misma cantidad que los hombres. Nosotros tenemos como dato que más del 50 por ciento de estudiantes que inician una carrera son mujeres, pero siguen egresando y graduándose menos que ese porcentaje. Nuestra presencia sigue siendo en las áreas vinculadas al cuidado. Si hablamos de áreas más técnicas no alcanzamos ni un 30 por ciento todavía. Una de las causas de este efecto bucle es el lo que se conoce como techo de cristal; las barreras y estereotipos que se forman alrededor de las mujeres. Luego está la maternidad, que sigue siendo vista como una responsabilidad netamente de la mujer y la violencia de género.
¿Siente que con su llegada a la rectoría de la Universidad de Cuenca rompió este famoso techo de cristal?
Todas las mujeres que llegamos a cargos de dirección estamos rompiendo de forma permanente este techo de cristal, pero siempre es complicado. En muchas entrevistas me han preguntado cómo estoy haciendo ahora con mi casa y mi familia si estoy ocupada con el rectorado y me pregunto si le harían la misma pregunta a un hombre; aún no se asume que también es parte del mundo de los cuidados, que tiene que atender a su casa y a su familia.
¿Qué más le hace falta superar a la universidad pública del país?
La universidad pública es una institución muy importante, porque es el único lugar en el que confluye la diversidad de la sociedad y en donde nos podemos pensar como país. Es el espacio para repensar la identidad nacional. La universidad privada tiene sus méritos, pero no está abierta para todos. A veces he pensado qué habría sido de Cuenca sin su universidad. Gracias a este espacio ha tenido un crecimiento intelectual, científico y político muy grande.
Hizo toda una travesía académica antes de llegar a la arquitectura, ¿por qué?
Cuando estaba en el colegio vivía en Quito y entré a la Politécnica Nacional para estudiar ingeniería de sistemas; vi que el campo laboral en ese momento estaba básicamente vinculado a los sistemas bancarios. Se ganaba mucho dinero, pero yo no me veía ahí porque me gustan los temas que ponen a las personas en el centro. Luego estudié sociología en la Universidad Católica y más tarde regresé a Cuenca a estudiar filosofía.
¿Cómo se enganchó con la arquitectura?
Me di cuenta que con la arquitectura podía combinar mis intereses técnicos, sociales y creativos. Durante muchos años me dediqué al diseño arquitectónico y más adelante al estudio de la ciudad; con otras colegas fundamos el LlactaLAB, que es un laboratorio de ciudades sostenibles.
¿Cómo definiría arquitectónicamente a Cuenca?
Arquitectónicamente Cuenca es una ciudad que resulta de la suma de una serie de capas de distintos momentos de la historia. Empezó siendo una ciudad cañari, luego fue inca, colonial y republicana, pero siempre estuvo bastante aislada de las influencias externas. De hecho hasta ahora lo está. Eso hizo que se conserve muy bien toda esa diversidad arquitectónica. Luego apareció lo que hoy llamamos arquitectura cuencana que son estas casas bajas con jardín y techo de teja, pero, como todas las ciudades, se ha ido llenando de lo que yo llamo construcciones. Toda esta historia permitió que fuera declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad. Siempre me gusta pensar que Cuenca es aún una ciudad adolescente porque en la adolescencia defines lo que vas a ser luego y creo que podemos llegar a ser una belleza, pero también corremos el riesgo de convertirnos en un adulto amorfo.
¿Su afición por la lectura es personal o una herencia familiar?
El gusto por la lectura es una herencia familiar. Nosotros crecimos entre libros. De hecho, mi abuelo César Hermida, que fue médico, en realidad era poeta. Siempre decía que si hubiera nacido en otra época le hubiera gustado ser cineasta. Siempre agradezco haber leído por placer todo lo que pude en mi adolescencia porque después se hizo más complicado.
Cuénteme de Horizontes, ¿qué escribía usted en ese periódico familiar?
Horizontes fue un periódico familiar que lo hacíamos entre mis padres y mis hermanas, más entre Tania y yo, porque Carla era más chiquita. Debo confesar que muchas veces intenté hacer poesía, pero era pésima; era mejor para las páginas editoriales. Esa tradición de tener un periódico familiar influyó mucho en lo que las tres hicimos luego en nuestras vidas. En la adolescencia también sacamos un periódico, que a veces era un poco subversivo, a pesar que estábamos en un colegio de monjas salesianas.
Trayectoria
PhD en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Cataluña. Es docente de la Universidad de Cuenca desde el 2005. Recibió la Mención Nacional de Diseño Arquitectónico en la XIX Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito celebrada en 2014.