Antes de que los estudios literarios se pusiesen en boga y en una época en la que el rastro del humanismo, como corriente de pensamiento, mantenía un espacio privilegiado en la mente de los latinoamericanos, el Derecho se levantaba como el oficio anterior a la escritura. “Opción de vida que buscaba hacer frente a los tropelías sobre las minorías sociales”, dice el académico Leonardo Briones, quien encuentra a Juan Montalvo como uno de los primeros en construir un mundo narrativo que combina herramientas estos campos. Sus aportes a periódicos como La Democracia y El Cosmopolita son fuentes de primera mano para sustentar su interés por el Derecho (a pesar de que nunca terminó de estudiar esa carrera).
Ya en el siglo XX se hace evidente este interés de los autores ecuatorianos por entrar al mundo de la escritura a través del Derecho. Pablo Palacio y Ángel Felicísimo Rojas son dos ejemplos de esta realidad.
Nacidos durante la década de 1910, a lo largo del siglo pasado ellos se convirtieron en los académicos más destacados de su época. Ninguno abandonó su interés por la práctica docente: Palacio como profesor de Filosofía y Literatura en la Universidad Central; Rojas, como maestro de secundaria y de las universidades Central y de Guayaquil. Para Andrea Pacheco, estudiosa de la narrativa del siglo XX, lo que sucedía en la academia fue inspiración de textos como ‘Un hombre muerto a puntapiés’ o ‘El éxodo de Yangana’. “Son el reflejo de los cambios sociales de la época”.
En esta línea también está incluida la narrativa de José de la Cuadra. De él, en las últimas semanas la colección Literatura y Justicia, promovida por el Consejo de la Literatura, presentó ‘Honorarios’. Este texto constituye un acercamiento literario al mundo de quienes forman parte del Derecho y de todos los juegos de poder que forman parte de él. Es una mirada íntima de una realidad que bien conoció él (por varios años estuvo al frente de cargos públicos de extrema importancia). Asimismo, es una entrada al llamado realismo mágico, cuya inspiración está en el entorno inmediato.
¿Por qué ahondar ahora en aquellos autores que hicieron del Derecho su fuente de inspiración? Marcelo Paredes, profesor de literatura contemporánea, dice que en el país siempre se ha entendido al escritor como un autodidacta, como una persona con profundos conocimientos pero siempre limitados al ámbito literario. Él descarta esto como posible. Recuerda que fue el mismo Palacio quien por varias ocasiones aparecía como defensor de causas en las que el abuso a personas de escasos recursos.
Pacheco asiente con esta opinión. Y ella pone énfasis en ‘Las cruces sobre el agua’. “Aquí hay una fuerte denuncia al poder imperante. Y si bien la formación de su autor (Joaquín Gallegos Lara) no fue estrictamente en el campo del Derecho, en sus obras se puede encontrar que esta ciencia marcó su visión sobre el mundo”. Para ella, no se puede descartar que la narrativa del siglo XX nunca pudo renunciar al hecho jurídico porque constituye una mirada bastante clara de la sociedad de una época.
En la actualidad aún se puede encontrar la influencia del Derecho en la literatura ecuatoriana. Un caso que expone Briones es ‘Bajo el hábito’, que aunque narra la historia de un cura travesti, es también el espacio para hablar de ciertas incongruencias de la sociedad. “A la final, la función del Derecho es luchar contra la impunidad”.
‘Un hombre muerto a puntapiés’
Pablo Palacio
La noticia de un muerto en un periódico obsesiona a un lector, que quiere conocer su pasado.
‘El éxodo de Yangana’
Ángel Felicísimo Rojas
Un crimen cometido en un pequeño pueblo lleva a todos sus habitantes a escapar del lugar.
‘Las cruces sobre el agua’
Joaquín Gallegos Lara
Según Andrea Pacheco, es una novela con un trasfondo histórico y sociológico.
‘Honorarios’
José de la Cuadra
Es la historia de cómo se reparten el dinero y el poder en juicios en contra de desprotegidos.