Cortázar y su antiperonismo en ‘el día de la lealtad’

Pascual Tula era emblemático en el uso del bombo, con el que mezcló sus dos pasiones: el fútbol y el peronismo. Foto: Santiago Estrella / Archivo EL COMERCIO
Uno puede pasarse la vida entera tratando de entender el peronismo. Está claro que es un nombre que proviene de Juan Domingo Perón, “el gran conductor”, como dice ‘La marcha peronista’. No se puede decir que es un partido, aunque se llame Partido Justicialista. Podría ser más bien un movimiento, pero, como se sabe, los movimientos terminan aceptando todo -y, en el fondo, nada-. Se puede hablar de los muchos peronismos, el de izquierda, el de derecha, y entre estos los que son más y los que son menos.
Es más, no hubo un solo Juan Domingo Perón. Está “el primer Perón”, que gobernó entre 1946 y 1955, cuando debió dejar el país tras el golpe de Estado; el segundo es el efímero presidente entre 1973 y 1974, año de su fallecimiento. Uno es muy diferente al otro. El primero es, para los puristas, “el verdadero Perón”, aquel que “combatió el capital”, y la renta se distribuyó en algo más del 50% a los trabajadores.
El segundo, en cambio, fue siniestro. Tuvo como mano derecha a José López Rega, su ministro de Bienestar Social y, a la vez, fundador de la Alianza Anticomunista Argentina, que se encargó de asesinar, desaparecer y amenazar hasta el exilio a los peronistas de izquierda.
¿Cómo entender al peronismo? Pues no serán pocos los argentinos que recurrirán desesperadamente al lenguaje futbolero para definir lo inasible: “el peronismo es una pasión”. Cuentan que se cantaba: “Boca y Perón, un solo corazón”, aunque es el estadio de Racing de Avellaneda el que se llama Juan Domingo Perón.
En lo que es “la liturgia peronista” -en serio, así lo dicen- hoy es el Día de la lealtad. El 12 de octubre de 1945, Perón, que era vicepresidente, secretario de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión del gobierno de facto de Edelmiro Farrell, fue detenido. El 17 de octubre, cientos de miles de trabajadores, los ‘cabecitas negras’, llegaron de toda la provincia de Buenos Aires para exigir la liberación de quien elaboró políticas de bienestar obrero.
Cuenta la leyenda que apareció por primera vez el bombo, al que luego llamaron, obviamente, “el bombo peronista”. Y las élites espantadas vieron cómo se refrescaban los pies en la pileta de Plaza de Mayo.
Nacía para siempre el populismo y la fractura perpetua entre peronistas-antiperonistas; ‘peronchos’ versus ‘gorilas’. No se puede olvidar que, el 19 de septiembre de ese mismo año, hubo la protesta opositora de más 200 000 personas. Fue denominada ‘Marcha de la Constitución y la Libertad’.
Uno de los mayores ensayistas argentinos, Ezequiel Martínez Estrada, al que no se lo puede tildar de peronista, escribió que “el 17 de octubre volcó a las calles un sedimento social que nadie había reconocido. Parecía una invasión de gente de otro país hablando otro idioma, vistiendo trajes exóticos y, sin embargo, eran nuestros hermanos”. Y entre aquellos que no lo entendieron estuvo Julio Cortázar.
En 1951, este gran escritor argentino publicó su primer libro de cuentos: ‘Bestiario’. Se trataría de la primera ficción que hubo del peronismo, sobre todo con ‘Casa Tomada’, uno de su más famosos cuentos.
Fue el sociólogo Juan José Sebreli, en su libro ‘Buenos Aires, vida cotidiana y alienación’ (1964), el primero que trató esta relación. “Casa tomada puede ser interpretado como una alegoría de este angustioso sentimiento de invasión que la migración interna provocaba en la clase media porteña”.
El cuento trata sobre dos hermanos de una familia oligárquica que vivían de la renta que les daba la estancia. Él leía libros en francés; ella pasaba las horas tejiendo. Van siendo desplazados de su casa por un “sonido que venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación”, hasta que finalmente deben abandonarla. Y al hacerlo, el hermano cerró bien la puerta y tiró la llave por la alcantarilla: “no fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.
Este cuento ya se había publicado en 1946, en la revista Anales, que dirigía Jorge Luis Borges, una de las víctimas de la consigna peronista de “alpargatas sí, libros no”.
Lo cierto es que Cortázar se fue de Argentina casi inmediatamente después de que se publicara ‘Bestiario’. En la entrevista que le hizo la televisión española, en 1977, dijo que le sorprendió esa interpretación de ‘Casa tomada’ porque para él fue solamente “el miedo en estado puro”, resultado de una pesadilla, pero que la lectura de Sebreli le parecía válida.
Sin embargo, años antes, dijo que se fue “a París (…) porque me ahogaba dentro de un peronismo que era incapaz de comprender entonces, cuando un altoparlante en la esquina de mi casa me impedía escuchar los cuartetos de Béla Bartók”.
Era la “etapa estética”, como Cortázar la definió en sus clases en Berkeley, en 1980. Luego tuvo su etapa política influenciada por la revolución cubana, y parte de su obra, al menos con ‘Libro de Manuel’, se volcó al compromiso político.
No se sabe si hubo una reconciliación de Cortázar con el peronismo. Como dice el escritor Carlos Gamerro, citado por el sociólogo Pablo Alabarces en su seminario de ‘Cultura Popular y cultura masiva’, como nadie entiende al peronismo, lo mejor es inventarlo. Y eso es, posiblemente, lo que hizo Cortázar con su ficción.