Sus manos en forma de revólver son el ícono de campaña del ultraderechista Jair Bolsonaro. Foto: AFP
Hay desconcierto y mucho desencanto entre aquellos que reafirman tener un espíritu democrático. Y temor. Y hay razón para tenerlo. La victoria de Jair Bolsonaro fue de tal magnitud que solo una catástrofe podrá quitarle su asiento en el Palacio de Planalto. Y cuesta creer que gane alguien que tiene como uno de sus signos de campaña la mano en forma de revólver. Dar bala, decimos. O simular con frecuencia en la tarima de un mitin cualquiera que tiene una ametralladora: así es como hay que acabar con los males del país. Es igual a esa expresión que muchos dicen como un mal chiste, pero que en el fondo es una aspiración que asusta: “el mejor remedio para este país es un paredón”. Y es aquí donde nace la pregunta de rigor: ¿y si el que tiene el control de ese paredón considera que ese es ‘tu’ destino?
Ya cuesta creer que un 46% votara por alguien que no solo convalida las dictaduras, sino que lamenta que aquella que gobernó con mano de hierro a Brasil no haya sido tan radical, que solo torturara y no matara a más personas para acabar de raíz con lo que consideran el mal de la sociedad. Cuesta creer que la gente apruebe ese pensamiento en una región que padeció de dictaduras que secuestraron, desaparecieron y mataron a miles de personas, censuraron las libertades individuales y colectivas.
Con solo citar las cosas que ha dicho y que aún dice Bolsonaro -y que a muchos causan escozor, pero una mayoría aprueba- se podría llenar esta página y quizá otras. Tal como ocurre con Donald Trump, muchos no pueden creer lo que dice. Pero lo dice, y muchos -46% de votantes, con proyecciones al 58% en la segunda vuelta- lo apoyan.
Entender la victoria de Bolsonaro cuesta porque sus afirmaciones no son tan ciertas sino recurso de un extraordinario mercadeo político y de un discurso perfectamente elaborado. Solo algo discursivo puede lograr que su carta de presentación de ajeno al sistema, al statu quo, provenga de alguien que ha vivido permanentemente en el sistema. Fue militar -y no hace falta ser un marxista ortodoxo para saber que las Fuerzas Armadas son el aparato coercitivo para el mantenimiento del Estado, sea capitalista o socialista, su statu quo-, fue diputado por casi tres décadas. No se puede ser más prosistema que eso.
Esa falacia ha sido alertada por sus opositores, pero pocos parecen hacer caso a las trayectorias: necesitan un discurso que les permita creer que pueden salir de una situación llena de desesperanza. Y que los discursos de las otras fuerzas políticas dejaron de tener impacto y se han alejado de las necesidades de los votantes.
Muchos han dicho que la decepción generalizada con el sistema político y la corrupción fue la causa de ese voto mayoritario de los brasileños. Es posible que así sea. Pero en Brasil debiera haber una inquietud que quedará en el campo de las especulaciones: ¿qué habría pasado si se le permitía a Lula ser candidato? A pesar de estar condenado por corrupción, era el favorito en las encuestas para ganar las elecciones por encima de Bolsonaro. Esa multitud a favor de Lula no endosó sus votos a Fernando Haddad.
¿Qué fue lo que se votó entonces? El consultor Decio Machado afirma que “hay una regla en la técnica de la consultoría política en la región que indica que los líderes fuertes no traspasan el voto a sus gregarios”. Pero en Brasil también se habla del voto vergonzante de aquellos que no se animan a decir a sus amigos, a los encuestadores (en las previas a las elecciones del 7 de octubre, solo se le daba el 35% de la intención de voto) por quién votarán, pero que están convencidos de que solo una mano de hierro puede acabar con los problemas de un país extremadamente desigual, con altos índices de violencia y una gran corrupción en los sectores que alguna vez ocuparon el poder.
Su victoria deja muy mal parada y quizá finalice la puja bipartidista entre el PT y el Partido de la Social Democracia Brasilera.Quizá no sea para asombrarse: en varios países está creciendo el fenómeno de los ultraderechistas: Suecia, Alemania, Austria, Polonia, Hungría, Italia, Francia, Filipinas y EE.UU.
En algunos son poder, en otros no, pero este fenómeno crece. Mas Brasil es el primer país sudamericano que se aboca a este fenómeno que está más allá del populismo tal como se conoce en la región.
Bolsonaro, por tanto, no está solo ante el mundo. Se declara admirador de Trump y ya se ha dicho bastante que es “el Trump brasileño”, y se le parece por lo políticamente incorrecto y por lo antisistema (recuérdese que Trump pasó del Partido Demócrata al Republicano y Bolsonaro transitó por seis partidos hasta llegar al Partido Social Liberal). Pero también se parece al presidente filipino Rodrigo Duterte.
Hay una ecuación machista en sus expresiones. El 31 de agosto, Duterte dijo: “si hay muchas mujeres bonitas, habrá muchas violaciones”; Bolsonaro dijo algo distinto pero similar a la exministra de Derechos Humanos, Maria do Rosario: “es muy fea, no es mi tipo. Nunca la violaría (…) Si fuese (violador) no te violaría porque no te lo mereces”.
Poco antes de las elecciones Trump había dicho cosas obscenas de las mujeres; está investigado por su relación con estrellas porno en tiempo de elecciones. Pero la institucionalidad democrática de ese país no permitiría que hablara, como han hecho Duterte y Bolsonaro, de “matar” sin ninguna consideración a delincuentes, adictos, gais, etc.
En ese sentido, no deja de asombrar que los evangélicos apoyen tanto y sean hasta uno de los sujetos políticos que fortalecen a Bolsonaro. En un país que tiene la mayor cantidad de católicos en el mundo, un 26% de sus 208 millones de habitantes son evangélicos. Y los pastores de estas iglesias han tomado en cuenta solo un aspecto de la política del casi seguro presidente electo de Brasil: “es quien mejor defiende nuestras banderas contra el aborto y la llamada ideología de género”, dijo Josimar da Silva, presidente del Consejo de Pastores Evangélicos del Distrito Federal.
Por eso Haddad buscó esta semana el apoyo de los católicos. Pero Boslonaro tiene bien instalada su consigna: “la patria sobre todo; Dios sobre todo”.