La herencia de Baltazar Ushca: el Taita Chimborazo recibe a un nuevo hielero

Durante 60 años, Baltazar Ushca (izq.)se consagró, a escala nacional, como el último hielero del Chimborazo. Ahora, extiende su herencia a Juan Ushca (der.), el nuevo hielo del coloso. Foto: Víctor Muñoz/ EL COMERCIO.

Durante 60 años, Baltazar Ushca (izq.)se consagró, a escala nacional, como el último hielero del Chimborazo. Ahora, extiende su herencia a Juan Ushca (der.), el nuevo hielo del coloso. Foto: Víctor Muñoz/ EL COMERCIO.

Durante 60 años, Baltazar Ushca (izq.)se consagró, a escala nacional, como el último hielero del Chimborazo. Ahora, extiende su herencia a Juan Ushca (der.), el nuevo hielero del coloso. Foto: Víctor Muñoz/ EL COMERCIO.

El hielo del Chimborazo tiene un nombre: Baltazar Ushca. Y ese nombre, un legado centenario que nació en los Andes. A su rostro, agrietado por el frío y a su mirada, apacible, la conocen desde Guano (Riobamba) hasta las premieres internacionales de cine, en Nueva York. Y sus manos, firmes y aclimatadas por la experiencia, están listas para ascender a las entrañas de su volcán. Pero ya no lo hará solo. Lo acompaña Juan Ushca, el nuevo hielero del Chimborazo. 

A las 07:00, el cielo matiza una gama de azules claros, el coloso amanece despejado: es un buen augurio para los visitantes. La corriente es intensa en Cuatro Esquinas, un pequeño poblado de la parroquia San Andrés, en el cantón Guano, Riobamba, a 211 kilómetros de Quito. Ahí, el tiempo es generoso y sus habitantes saludan a todos sus vecinos.

A unos 100 metros, en la entrada de la comunidad, está Baltazar, un hombre de 1,50 metros. Viste un pantalón de casimir negro, un saco oscuro, botas de caucho y un sombrero que carga desde hace más de una década. A su lado, está Juan, esposo de Carmen (hija de Don Baltazar) ¡Corran, que nos quedamos!, dice y agita su mano. Los primeros metros de caminata son solo la partida del ‘rasu surkuna’ (extracción del hielo) que recorrerá cerca de 26 kilómetros hacia las minas de hielo.

Cuando Juan mira hacia el Taita corta su paso. Observa la inmensidad como lo hacen aquellos devotos al ingresar a un templo religioso y pronto, lanza una reverencia íntima. Y esa es, según los veteranos locales, el permiso de entrada hacia las entrañas del Chimborazo.

Antes de comenzar el recorrido (cerca de 26 kilómetros), Baltazar y Juan preparan a Yuly, Widinson y 'Luchito', sus burros, para el ascenso. Los equipan con algunas prendas viejas para que amortigüe el peso del hielo. Foto: Víctor Muñoz/ EL COMERCIO.

Inicia el ritual: ¡Burro, burro! dice Baltazar. Yuly, Widinson y Luis Guamán son sus compañeros de oficio. Responden a su llamado y se ubican en una pequeña ladera. A Yuly y Widinson los llamó así en honor a la presentadora peruana y al cantante ecuatoriano que se los regalaron a través de un programa de tv local. Luis, en cambio, le debe su nombre a los lazos de amistad de Ushca con un funcionario del Municipio de Guano.

Para contar su historia, Baltazar siempre recuerda a su padre:

-Mi papi me enseñó a ser hielero. Blanquito, su pelo era blanquito. Cabecita de algodón, albino, como mi abuelito, el Taita Chimborazo, dice Baltazar.

Nació el 12 de mayo de 1944 y en la entrada a la adolescencia, su padre, Juan Ushca, lo incluyó en su equipo de trabajo cuando cumplió los 15 años. 

Pero penetrar las faldas del Chimborazo no era fácil. El volcán es sabio, pero celoso con los extraños, cuentan los lugareños. Durante el primer año no lograba subir pero con el tiempo, logró conquistar al coloso. Eran 30 hieleros; se sentía orgulloso.

Años después, su padre y su madre, Petrona Tenesaca, fallecieron por causas naturales. Sus hermanos tomaron otros rumbos por la falta de rentabilidad y Baltazar se fue quedando solo. Era el único del clan Ushca que siguió el oficio de su padre. Él, sin saberlo, se había convertido en el último hielero del Chimborazo. Y el mundo lo conoció, literalmente.

A Juan apenas se lo escucha, el viento arremete con fuerza y su sonido tapa las voces. El calor que el frote de las manos produce ya no alcanza y, aunque la paja abraza, sentarse a mirar los primeros intentos de extracción no es posible. La altura atraviesa los poros y para la colisión Ushca, la labor apenas comienza. Están tranquilos. Planean cómo atravesar las piedras con rapidez.

-¿Están listos? pregunta Juan.

-¿No se va a poner el ponchito?

Baltazar ríe. Mira a su compañero, cómplice, con una sonrisa y lanza una mirada compasiva.

A mano limpia, con un pico y la fuerza de los brazos, el hielo va apareciendo debajo de las rocas volcánicas. La destreza está en los ojos, en encontrar el punto ciego de las piedras colosales y Baltazar es un experto- Sus 74 años lo confirman. Sabe que no tiene la misma fuerza de hace 60 años pero conoce los trucos del oficio. Juan, en cambio, se deja conducir; tiene la fuerza y aprende la técnica.

 ¡Cuidado, cuidado! dice Baltazar, mientras una enorme carga de hielo cae y él la detiene. Juan amortigua la caída y carga el enorme pedazo. El contacto del hielo con la piel, si es por más de cinco segundos, quema y enrojece, pero a ellos eso no los asusta; su oficio también les regaló una segunda piel.

Primero el pico, luego la vara y el azadón. En plena transición de verano a invierno, los pocos rayos de sol amortiguan la piel. Pero los 4 800 metros sobre altura afectan a más de uno. Los hieleros se equipan con ponchos rojos y continúan la jornada: el pico, la vara y el azadón. El ciclo parece infinito.

Baltazar descansa y pronto, Juan agudiza el trabajo. Sus brazos están cansados pero todavía faltan dos lotes más. Yuly, Widinson y ‘Luchito’ los miran, están esperando por las 120 libras de hielo que cada uno debe movilizar. El hielo cae y la vista es, sobre todo, impactante. El vacío despliega una gama de páramos bicolor. Cuando termina de envolver en la paja a los seis lotes de la faena y los coloca sobre los borricos, Juan dice que la naturaleza, que ha completado durante 43 años, nunca deja de sorprender.

A Juan le parece que ser hielero le llegó como el resultado de los azares del destino. Él, que pensó dedicarse al agro toda su vida, estaba a los pies del Chimborazo continuando con un oficio que siempre admiró pero como algo ajeno.

Tenía 15 años cuando una amiga le presentó a Carmita. Se enamoró y no se separaron más. Simple. Tuvo tres hijos pero, al igual que la familia Ushca, ninguno de los suyos quiso seguir el camino de su suegro. Hasta que en el 2012, la vida cambió.

Juan Ushca tiene 43 años. Dedicó su vida al agro pero a partir de febrero del 2016, se convirtió en el sucesor de su suegro, Don Baltazar Ushca. Foto: Víctor Muñoz/ EL COMERCIO.

Una lluvia implacable hizo que Baltazar se resbale en una jornada rutinaria en las minas de hielo y se fracturó el pie. Las largas jornadas se terminaban y, por el accidente, el 'último hielero' ya no podía ir como lo hacía antes y la muerte de su esposa, María Lorenza Tenesaca, lo debilitó emocionalmente.

Los comensales del Mercado de la Merced, en Riobamba, pedían el hielo orgánico del volcán. Aunque la tecnología, hoy por hoy, lo fabrica, el sabor natural no se reemplaza. Entonces, Juan comenzó a pensar en que, quizá, ser hielero era su real vocación.

Juan aprendió rápido y cuando le preguntó a Don Baltazar si podía formarlo como hielero, recibió su bendición. Desde ese momento -febrero del 2016- al recorrido se sumó un compañero más: Oso, el perro café de la familia Ushca, que fácilmente soporta más de 20 kilómetros y los acompaña en cada trayecto.

Bajar es menos agotador pero es más peligroso. El camino es estrecho y una mala pisada puede significar una caída mortal o serias lesiones. “Para eso mismo es la práctica, debes ir vivo vivo”, bromea Juan.

El paisaje de regreso, con la tranquilidad de haber sobrevivido al frío, arrolla: los campos, las vicuñas, caballos y conejos salvajes se pasean libremente. A las 18:00, Cuatro Esquinas recibe a los hieleros con un atardecer naranja intenso.

Baltazar es feliz y no duda en repetirlo. Aunque su historia es conocida en todo el mundo, su estilo de vida humilde no ha cambiado. Le sigue gustando el tostadito, las habitas y el locro de papa, el chapito. Lo que sí ha adquirido es más conocimiento; ahora sabe leer y escribir, además, se desempeña como guía turístico en el Municipio de Guano.

Para Juan, en cambio, el camino apenas se inicia. Sabe que su oficio no es bien pagado: más de 11 horas generan un máximo USD 30, con suerte. Pero a él, lo que le seduce es conservar un oficio centenario y descubrir los misterios del Chimborazo y de esa figura que, según cuentan las leyendas, aparece en las alturas con una enorme barba blanca, lista para educar a sus descendientes.

-¿Por qué ser hielero, Juan?

-Quiero ser hielero. Me gusta ser hielero, es mi herencia. Es un trabajo peligroso, el camino es malo a veces y si me caigo, no hay quién auxilie; si me quiebro el pie, no hay quién ayude. Y no quedará más que seguir pataleando (ríe) Pero como dice Don Baltazar, hay que trabajar hasta que el cuerpito alcance…

La despedida es corta porque, de por medio, hay un promesa pendiente: una nueva ascensión acompañada, esta vez, por unos traguitos de pájaro azul como suplemento energético, alimentado con el hielo que lleva impreso sus nombres.

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