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Sarao cumple 30 años y se mofa de los ‘aspavientos de la muerte’

Una escena de la pieza ‘Crónica de luto cerrado’, la cual fue remontada la semana pasada en Guayaquil.

Una escena de la pieza ‘Crónica de luto cerrado’, la cual fue remontada la semana pasada en Guayaquil.

Una escena de la pieza ‘Crónica de luto cerrado’, la cual fue remontada la semana pasada en Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO

Un ataúd blanco con flores de papel de colores chillones, reclinatorios y veladores de madera, una corona de flores rosadas y cortinas vino componen el decorado. Se trata de la escenografía de ‘Crónica de luto cerrado (bueno… no tan cerrado)’, una pieza de danza-teatro que celebra los 30 años de la compañía Sarao.

La comedia de humor negro, estrenada en 1993, vuelve a los escenarios después de 25 años para exponer los rituales mortuorios de sectores suburbanos de Guayaquil e invitar al público a reflexionar sobre la vida y a reírse de la muerte.

En una función reciente, las carcajadas impúdicas del público estallaron en el velatorio que se representa en la sala del Estudio Paulsen, en Las Peñas, que rinde homenaje a la compañía con esta coproducción.

La obra se mueve entre la tragicomedia y el melodrama y se mofa de los aspavientos alrededor de la muerte. La comedia de hoy es la tragedia de ayer, uno le da un sesgo a lo trágico para poder resistirlo mejor”, dice el actor guayaquileño Luis Mueckay, dramaturgo y director de la pieza.

Marlon Pantaleón, director del Estudio, dice que por obras como ‘Crónica de luto cerrado’ se sitúan a su creador y a la agrupación como precursores de la danza contemporánea y el teatro del movimiento.

El espectáculo está basado en una técnica teatral que pondera el papel del movimiento corporal sobre los parlamentos, con pasajes coreográficos y muy pocas palabras articuladas por los personajes. El subtítulo de la obra es ‘Cuadros vivos de una exposición kitsch’ y el mal gusto del ‘kitsch’ está en los decorados urbanos locales, pero también en las actitudes y los comportamientos de la gente, según el director.

La obra repasa lo que sucede entre la noche y la madrugada en un velatorio popular, como los que sobreviven aún en sectores rurales y que pueden remitir a un ambiente festivo. Y lo hace a través de seis personajes arquetípicos (el salsero y el reguetonero del barrio; la llorona que grita ‘se me murió mi calvo’ o la frívola que no para de disparar ‘selfies’). Ellos pasan de ataques de tos y de incomodidad en los asientos, al llanto arrebatado, los gritos histéricos y la carcajada procaz cuando llega el momento de contar los chistes.

Tomando como guía a las técnicas de pintura, el personaje que funge como director de ese extraño ritual –él mismo parece un muerto– anuncia y divide las escenas. En este collage de “acercamiento al rigor mortis” se mide, por ejemplo, la reacción de cada personaje al acercarse a ver al muerto. Hay incluso una persona que se desmaya en pleno acto.

El cabaré, la fiesta de 15 años, la boda y el velatorio fueron ‘fiestas’ de indagación escénica que Sarao convirtió en piezas de danza contemporánea en los inicios experimentales del grupo -diciembre de 1988, en Costa Rica-. Era un trío integrado por Mueckay, Terry Araujo e Ileana Álvarez. En el 89 actuaron en Quito y un año después Mueckay se estableció en su ciudad natal.

'Crónica de luto cerrado' es el inicio de las celebraciones de los 30 años del colectivo, por el que pasaron artistas locales e internacionales como Tani Flor, Jorge Parra, Marina Salvarezza o Mirella Carbone. En el 2019 prevén una serie de montajes de obras emblemáticas del repertorio de Sarao, un nombre que siempre remite al mundo del jolgorio.