Durante más de tres décadas, en las diversas generaciones que se han sucedido, en la mayoría se ha encontrado como denominador común la marcada ideologización y el apego a las tesis tercermundistas. Para gran parte de América Latina pronunciarse por lo que se ha dado en llamar alegremente “progresismo” es un signo de su identidad.
Mueren los escritores pero dejan su obra que, tras la desaparición física de sus autores, queda más expuesta que nunca a la prueba del tiempo.
Los intelectuales marxistas boicotean la unidad nacional con su retórica de que “la izquierda no se puede mezclar con la derecha”. No permitamos que los beneficiarios del despotismo nos contagien de su crónica bipolaridad ideológica.
Si se revisa el mapa latinoamericano es posible observar que, pese a los profundos cambios experimentados en el orden global durante las dos últimas décadas, estos territorios aún constituyen un vasto escenario donde la disputa ideológica, propia de la época de la Guerra Fría, aún se halla presente con inusitada vehemencia. En los diferentes países se suceden hechos políticos que ponen en evidencia que aquellas ideas que predominaron allá por los años sesenta, cuando aún era un referente el bloque socialista que luego colapsó, están presentes y muchos de los actores políticos que estuvieron vinculados a movimientos insurgentes que querían arrasar con lo que denominaban la democracia burguesa, de la que siempre renegaron, con los tiempos se han encumbrado en la dirección política de sus Estados. Esto ha conllevado, en la mayoría de los casos, a que tesis ineficaces para lograr adelantos sustantivos en las condiciones de vida de los pueblos, aún tengan vigencia y sean acogidas por segmen
Los monstruos no existen pero, por miedos y complejos se crean muchos y se convierten en realidades. Los hombres inteligentes sobrepasan complejos y miedos para seguir adelante tomando lecciones de vida como experiencia y aprovechándolas para su propio bienestar y el de aquellos que dependen de él. Lo interesante es sobrepasar estos límites imaginarios, ya sea obligado, por necesidad o quizá por cultura y educación, por el bien a futuro no sólo de su estatus personal sino por el de un país.
¿Qué es la lucha armada y la reacción social?
El ciclo de izquierda en América Latina está cambiando, pero en Ecuador puede ser la hora de las izquierdas. No porque ganarían las elecciones sino porque en el espectro político deben recrearse y ganar un espacio. Pero una izquierda así no puede nacer limitada a la coyuntura sino en función de su espacio de futuro. Para eso requiere renovarse, lo cual tiene al menos dos desafíos, Correa y definir su sitio en la sociedad ecuatoriana. Necesita situarse ante Correa solo en parte, pero sí ante el hecho que captó las fuerzas activas de la contestación y las ha canalizado a su sistema, una mezcla de PRI, peronismo y caudillos latinoamericanos, ese conservadorismo y modernización con apoyo popular de la que ya hemos tratado.
La idea errónea, que ha envenenado la vida social y ha desnaturalizado a la democracia, es que la política -sus actores y episodios- deberían monopolizar la atención de los medios de comunicación y de la gente. Esa tesis equivocada induce a creer que la política debería ser el tema de conversación, el debate exclusivo, el único asunto de preocupación de ese raro espécimen que se llama “ciudadano”, y que, antes que persona, es voto, materia prima del poder.