La idea es seductora: que bandas anónimas de cuasi adolescentes globales frenéticos de tecnología y ávidos de disrupción del establecimiento, que pululan por el mundo en busca de gobiernos abusivos, atropelladores y autoritarios, les den una lección de ética, pero sobre todo de respeto a los derechos humanos a través de una amenaza a sus sistemas informáticos. O que estos mismos activistas cacen corporaciones antropomórficas que también violentan los derechos de sus consumidores al revelar información privada, cuyo uso no les estaba autorizado.
Ese es el caso de Facebook, la red social más grande del planeta que ha sido amenazada con su destrucción por haber entregado los datos privados de sus cientos de millones de usuarios a agencias gubernamentales.
Una de estas bandas de ‘hackers’ sin fronteras y con una fuerte militancia política es Anonymous. Una legión transnacional de activistas informáticos que el 10 de agosto congestionaron las páginas web de algunas instituciones gubernamentales ecuatorianas, al punto de inhabilitarlas en represalia por las acciones adoptadas en contra de El Universo, interpretado por este grupo de ‘hacktivistas’ como un atentado contra la libertad de expresión y de monopolización de medios.
El Gobierno reaccionó despistado: amenazó con llegar hasta las “últimas consecuencias” en la persecución de estos piratas cibernéticos y de usar “todo el peso de la Ley” para que el delito no quede impune. Pero el desafío virtual desencajó a los funcionarios. Quién se iba a imaginar que nadie afuera reaccionaría y peor poniendo en jaque a la tecnológica revolución en su día cumbre.
Pero esto nos lleva a una reflexión mayor. Da la impresión de que la adaptación a la sociedad de la información con todos sus matices y bemoles la hacen mucho mejor los individuos que los gobiernos.
En esta sociedad horizontal en donde se han derrumbado las jerarquías de poder y en donde la interacción en la red se da de forma plana, los ciudadanos han aprendido mejor a utilizar esta tecnología y a explotarla como mejor aliada para cuando tienen que combatir los excesos autoritarismos del Gobierno, que los gobiernos a convivir con esta nueva forma de disrupción tanto interna como externa. Frente a esta guerra de guerrilleros anónimos del ciberespacio que amenaza con desestabilizarlos, los gobiernos siguen dando palos de ciego.
Muchos, olvidando su discurso de libertad, pretenden censurar Twitter, Facebook, para prevenir disturbios sociales, como si esta faceta antitiránica de la dinámica web tuviera posibilidad de retorno. La respuesta ante esto será quizás más de esta guerra perfecta: aparatos gubernamentales gigantescos descolocados ante la carcajada de un ducho ‘hacker’ que opera desde la comodidad de su hogar.