Hay actos en la vida de las personas y las colectividades que nos marcan, nos desnudan y revelan lo que no siempre nos enaltece. La trama para decidir sobre el Yasuní ha revelado hechos que no conviene vivir como sociedad y que se hacen rutinarias, cuando ya deberían haber quedado en un pasado lejano.
“De ganitas” AP acumula entuertos en torno al Yasuní. Más adelante quedarán como tristes páginas de la historia; y se podía evitarlas. El apresuramiento es injustificable y en la decisión innecesariamente se usaron métodos poco democráticos que develan los hábitos actuales de ganar a toda costa, además de la nueva costumbre de todo poner en escena para convencer que el Gobierno tiene la razón y que los argumentos de los contrincantes nada valen.
El valiente discurso de la señora Alicia Cawiya al haber puesto de lado el libreto que debía leer en la Asamblea, deshizo con dignidad y precisión posiciones oficiales y dio su visión de la situación. Mostró también algo clásico en los Waoranis, de hacer demandas para negociarlo todo.
En cambio, los amigos de AP, salvo excepción, no salían del libreto establecido, ni para decir lo mismo con voz propia o algo de su propio pensar. ¿Por qué revelar la carencia de cuadros políticos, así, con el martilleo cansino de verdades a medias o afirmaciones repetidas de propaganda sin poder responder al contrincante? ¿Cómo decir sin fruncir las cejas que se respetaba la zona intangible? Además, el lunes siguiente al discurso de Cawiya, funcionarios gubernamentales fueron a la Organización Waorani y lograron una declaración que contradice el sentido de autonomía indígena y revela los hilos del poder gubernamental. ¿Cómo no avergonzarse de la lectura hecha por el dirigente waorani pidiendo disculpas al Presidente por la intervención de Cawiya? Otra vez el perdón, el pasado colonial reíficado. Todo menos un acto ciudadano del derecho a opinar con dignidad, a disentir por encima de quien sea, de decir su verdad cuanto más cierta que es construida desde la experiencia directa, y de hacerlo con la voluntad de representar un pueblo, como lo hizo Cawiya.
Al devaluar la palabra de ella, los dirigentes Waoranis se han derrotado a sí mismos, mostraron sumisión en lugar de ratificar el derecho al pluralismo y a la dignidad de ser. Podían no concordar con Cawiya, pero no condenarla y despojarla de su rol de dirigente. ¿Se habría tratado así a un dirigente hombre? Fue un acto de discriminación a la mujer.
Es la organización la perdedora, los Waoranis definieron su silencio. A la vez, han devaluado las reivindicaciones indígenas a tener una decisión y consulta propias, se dirá que sus decisiones tienen un simple precio.
Sí, hay hechos que dicen mucho más allá de la puesta en escena para convencer. A veces en el teatro las cortinas caen y todo se vuelve pantomima.