Una columna de opinión debería ser un frío análisis de la realidad, que presenta una idea y la sustenta con argumentos. Esta columna no va a ser así, porque la estoy escribiendo desde la profunda indignación de ver a mi amigo Freddy Paredes inconsciente, en el piso y sangrando por la nuca.
Tenía planeado escribir un artículo con muchos datos, argumentando que las recientes medidas económicas eran adecuadas. Explicando cuán costoso era mantener un subsidio de más de USD 2.000 millones al año, además de injusto y contaminante. Quería presentar el costo fiscal, el contrabando y la distorsión distributiva.
Pero tratar de explicar cuánto “sangraba” la caja fiscal con los subsidios, lo único que logra es llevarme a la horrible imagen del periodista golpeado y al odio que llevó a que alguien, cobardemente, lo ataque por la espalda y luego salga corriendo.
Odio. Porque eso es lo que parece que abunda en el país, pero no es verdad. Lo que abunda es la utilización del odio por gentes hábiles en fomentar y explotar los resentimientos y la furia reprimida que hay en toda sociedad.
Porque todos odiamos a alguien, pero algo en la sociedad nos dice que ese sentimiento no puede convertirse en un ataque violento, que quizás podemos no devolverle el saludo, no extenderle la mano, pero que no podemos agarrar una piedra y romperle la cabeza.
Pero el Padre del Odio lo convirtió en algo permitido, en algo aceptable, en algo por lo que no hay que avergonzarse. El odio, para él, es algo normal y que no tiene que terminar en un desplante, sino que puede ir más allá. Para él, insultar es bueno, correcto, merecido. Su versión del odio puede convertirse sin ningún problema en un proceso judicial contra alguien que opina diferente, puede consistir en usar el sistema judicial contra quien le quiso cobrar una deuda, puede ser la utilización de todas las instituciones del Estado para amedrentar al enemigo o para perseguirle tributariamente y si es necesario, cerrar directamente su empresa, como lo hizo con Diario Hoy.
Porque Rafael Correa es el Padre del Odio del Ecuador actual, no porque él haya sido el primero que odió, sino porque él es quien, desde el poder, transformó al odio en algo aceptable. Insultar dejó de ser algo indebido. ¿Cómo iba a ser indebido si el presidente, el hombre más poderoso del país insultaba a medio mundo en sus cadenas sabatinas?
Rafael Correa no lanzó la piedra que hirió a Freddy ni las miles de piedras que se han lanzado contra nuestros policías y militares. Pero él, como Padrino del Odio, creó el ambiente para que este país se rompa en dos, “nosotros” los buenos y “ellos” los que odiamos. Y no lancemos más piedras, eso sería hacerle el juego al Gran Odiador.