Esa Vanidad
Esa vanidad traicionera que los hace imaginarse como buenos ciudadanos, como patriotas entregados. ¡Traicionera vanidad! Misma que les permite, como si nada, ofrecer casas gratis, seguridad asegurada, valga la redundancia, más y mejor transporte, un Metro más a lo largo y a lo ancho. Palabras promisorias en su mayor parte tramposas, cegando con tanta esperanzadora promesa que nuestro pueblo, iluso, se las cree. Vanidad egoísta que los lleva a pensar que cada uno, esos y esas caritas pintadas en plásticos arrugados colgando de postes y paredes afeando aún más la ciudad ya descuidada, abandonada a su suerte.
Esa vanidad, gigante que les marea, les emborracha como una botella de buen aguardiente en un san viernes. Ellos hacen de la campaña un carnaval de despilfarro. El chuchaqui quedará para el resto, los ciudadanos. Los dolores de cabeza y el malestar generalizado lo experimentarán todos. Ellos hacen la fiesta, se gastan el dinero de todos en falsas propagandas contaminando por todo lado. Los quiteños vivirán el horrible malestar del día después y durará quién sabe cuánto tiempo. Sólo al día siguiente, cuando el bochorno les cause dolor en los huesos, los que pudieron unificar el voto en una generosa lista de excelentes y preparados candidatos, se excusarán, más bien, presentarán un millón excusas porque ellos no fueron los favorecidos. Escucharemos todas las teorías de fraude sin darnos cuenta, en realidad, que el fraude fueron ellos mismos, los que se dejaron engatusar por la engañosa vanidad.
Esa vanidad que les lleva a ser tan atrevidos como para proponer, ofrecer, de todo como en mercado y a todo precio, desgarradora picardía de los que se alimentan de su propio ego sin respetar en lo más mínimo a nuestra pobre capital. De estos hombres y mujeres, con su mejor sonrisa, juicios o no, de los expertos luchadores que por todo camino han andado y todo puesto han ocupado y, les gustó el saborcito del poder pero, vergonzosamente, sólo han escuchado a su artificiosa vanidad. Confesarán sus pecados, se dolerán por la ciudad y comenzará la crítica, al día siguiente del voto ridículamente dividido por sus egos monstruosos.
Esa triste vanidad, la que fomenta nuestro caricaturesco escenario de elecciones, con incontables candidatos que nunca lograremos conocer o reconocer, votaremos una vez más en contra de y no a favor de una propuesta seria y que se pueda hacer realidad por el desarrollo futuro de la urbe.
Esa impensable vanidad en quienes quieren hacer política, es decir, servir a una comunidad, en este caso al pueblo de la capital de los ecuatorianos. Esa vergonzosa vanidad, inexcusable en quienes pretenden guiar el futuro de una ciudad que tiene su esencia rota. Esa maldita vanidad que ha convertido esta necesaria elección en una pintoresca feria donde se vende a mejor precio las promesas, con las obvias y claras excepciones, que se tornan más claras mientras más se acerca la fecha definitiva.
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