Ulises
Quienes lo conocían de vista recelaban de sus barbas provocadoras, de su aire de bucanero extraviado en el tiempo o de su estampa de monje benedictino —ascético, sabio y solitario—, meditando siempre en cómo abolir los males del mundo o al menos en el bien morir, o lo percibían como un hombre demasiado adusto.
Quienes lo conocieron poco vacilaban ante el torrente de su personalidad, su inteligencia sutil como un láser para penetrar en lo más hondo de las cuestiones sobre las cuales versaba, su honestidad intelectual, sus pasiones y decisiones fulminantes.
Quienes fuimos sus amigos —muy escasos— admirábamos su vida y su obra: cine, poesía, ensayo, magisterio… su vocación de justo, su combate incesante en contra de todo lo opuesto a su eticidad, la entrega puntual de su existencia a las causas más nobles de los seres humanos.
El Ulises homérico es, sobre todo, el arquetipo del sobreviviente; encarna, entre otros valores, la dignidad y la generosidad, la clarividencia y la mordacidad, pero más es el héroe errante que sale airoso de la muerte y del roñoso corazón de dioses y humanos.
Esa fue la impronta de la vida de Ulises Estrella (Quito, 1939). Ulises fue crítico sagaz pero sobre todo un maestro. El maestro es quien procura frecuentar la razón de ser y la esencia de la cosas y del mismo ser en especial; el maestro es quien ofrece sus dones ejerciendo lo que es y respetando el pensamiento de los otros.
Léanse sus páginas sobre cine, pero también sobre otras artes: poesía, música, pintura, escultura o sus prosas poéticas sobre el Quito colonial, erigiéndose en un creador de prontuarios sobre variados enigmas.
Y en cuanto a las vertientes artísticas, autor de enunciados cuya génesis se asienta en el principio de la vida y a ella retorna luego de disquisiciones sólidas.
Ulises publicó su primer poemario Ombligo del mundo en 1966. Dueño de un poderoso acervo cultural, el poeta —así lo hará en toda su travesía— mira y remira el mundo y se rehúnde en él; desde ese espacio, elucida sobre una multiplicidad de temas. “Hemos sido esperados aquí en la tierra”, dijo Walter Benjamin. Precedencia del mundo y advenimiento del ser. Ulises contempló el mundo y delató su crueldad, abriendo portillos de luz y esperanza. Intimidad del tiempo y alfabeto del espacio. Luego vinieron Convulsionario, Fuera de juego, Interiores, Digo mundo, Poemas del centenario… Y sus mejores logros ensayísticos: Reflexiones de fin de siglo y La revolución necesaria. La Cinemateca Nacional —no obstante su oposición en vida por su desdén hacia la felonía y el arribismo— lleva enhorabuena su nombre.
“¿Estos techos,/ paredes,/ camas,/ mesas y ventanas,/ serán/ en verdad,/ nuestras casas/ o/ quizás/ tan solo/ vivimos/ la sombra/ de esas cosas?” En nuestras inacabables reuniones brillaban sus ojos como cocuyos detrás de sus lentes y una eviterna sonrisa emboscada en su barba no cesaba de dar la bienvenida a la vida.