El cerebro humano está diseñado para que sobrevivamos, no para ser exitosos en la vida. Las emociones son la piedra angular de nuestra sobrevivencia, en especial el miedo, que como toda emoción nos genera energía adicional casi infinita. Qué hagamos con esa energía es decisión de cada persona o familia.
Unos se encierran, crean sus propias trincheras, compran armas, instalan alarmas, cámaras y recrean fortalezas, dónde corren el riesgo de ser vistos y tratados como un tesoro a ser tomado por la fuerza.
Otros deciden evadirse y creerse a prueba de balas. Reprimen el temor y tienen la certeza que no les pasará nada y que la tragedia es para los tontos. Creen que no leer las noticias los hace invisibles a los delincuentes. Su valentía puede leerse también como imprudencia.
Una minoría, entiende que en tiempo de guerra hay que moverse y migran a otros países con la certeza que mientras haya vida hay esperanza de encontrar la tranquilidad y el bienestar que aquí perdimos. Miles de personas abandonan cada día el país, según sus posibilidades.
Pero falta una opción que no siempre se contempla: avecinarnos. Cada cuadra de cada ciudad del Ecuador está en permanente reorganización de sus habitantes, por lo que debemos empezar por la amabilidad perdida. Visitemos al nuevo vecino, llevemos un pastelito, una humita que devenga en un café y conozcamos su historia.
Acordemos qué hacer en caso de detectar desconocidos de apariencia dudosa, la mayoría de los cuales pueden ser gente buena. Olvidemos nuestras viejas discriminaciones y conozcamos a la nueva familia en el barrio. En un entorno de buena vecindad es más fácil hacer frente a la presencia de terroristas, es fácil proteger y apoyar a los emprendimientos del barrio.
Convirtamos el miedo en amabilidad, en información permanente, en la certeza que calle segura es bienestar y progreso de todos. El terrorismo se alimenta del miedo, por ello la brutalidad que derrochan y buscan que los medios difundan para tener una población llena de emociones irracionales, individuales y débiles.
Un barrio unido por la amabilidad, buena vecindad, fraternidad, es el mejor antídoto para el veneno que nos inyectan todos los días los medios y las redes sociales y transformar el barrio de trinchera a fortín que irradie seguridad y amabilidad para todos.