¿Se debe tolerar la intolerancia? En su libro “La sociedad abierta y sus enemigos” (que parecen haber olvidado ciertos “liberales” autóctonos), Karl Popper, el filósofo liberal (ese sí de los de verdad), desarrolló la “paradoja de la tolerancia”, en la cual sostiene que no se puede ser tolerante con la intolerancia. Si es que se tolera la intolerancia, dice, se terminará destruyendo a los tolerantes. Pero ojo, Popper no dice que se vaya contra la libertad de expresión. Como buen liberal, defiende ese derecho, salvo que los intolerantes intenten imponerse a la sociedad más allá de toda razón, lo que significaría el fin de una sociedad abierta y plural.
En estos días ha estado en discusión si uno de los integrantes de un binomio presidencial, que pretendió aceptar la candidatura por tablet y no conforme las normas que el mismo ordenó aprobar a sus acólitos, podría ser sustituido por otra persona que, preferiblemente, esté en el país y que, además, no esté condenada por corrupción (que, la verdad, no deja mucho de donde escoger en esa organización).
El problema es que, de acuerdo al Art. 108 de la Constitución y el Art. 345 del Ley de Elecciones, no se puede inscribir una candidatura si es que la organización política no ha cumplido cabalmente con su proceso de democracia interna, dentro del cual está la aceptación personalísima de la candidatura y no por tablet. En palabras más simples: si no se aceptó la candidatura en persona, pues no hay candidatura, y si no hay candidatura, no se puede cambiar el candidato, porque no se puede cambiar algo que no existe.
Así, la polémica está servida. Por un lado, el hombre-tablet y sus obsecuentes con la cantaleta de la persecución política, el “lawfare” (para más ironía, de sus propias leyes), y el bla, bla, bla de siempre; y, por otro, quienes defienden la institucionalidad y consideran que esta debe respetarse a rajatabla, aunque no siempre guste. Y en el medio, quienes ven en este impedimento una herramienta útil para la victimización del hombre en el ático y/o que sostienen que hay que respetar los derechos de participación que supuestamente les asisten y permitirles competir para ganarles en las urnas “democráticamente”.
¿Y a qué viene Popper a todo esto? Pues que, tomando como modelo su teoría sobre la tolerancia, cabría preguntarse si se debe permitir competir democráticamente a quienes no son demócratas. La pregunta no es de fácil resolución, pero a Hitler, por ejemplo, condenado por traición, lo amnistiaron y le permitieron ser candidato y así le fue luego a Alemania (y al mundo). No, no se puede ser tolerante con los intolerantes y no, no se puede pretender, en aras de ser supuestamente “democráticos”, soslayar incumplimientos legales y permitir participar a quienes están abocados a destruir la democracia.