Nuestra clase política ha caído tan bajo que los candidatos se apuran en marcar distancias. Todos son ajenos a ella. Todos pretenden ser percibidos como outsider. Niegan tener vínculos con el sistema político, ser afiliados a partidos, haber desempeñado cargos públicos comprometedores. Todos afirman llegar sin contaminaciones, impolutos. Seres angelicales no salpicados por el lodazal político.
Outsider, en estricto sentido, significa forastero, extranjero, externo, ajeno, al margen de… Funge como relevo, como viento fresco en momentos críticos. Se vende como el bueno de la película y el portador de esperanza, cambio y soluciones mágicas. Deslumbra y conquista a los medios, recrea la publicidad y se vuelve popular. Generalmente son personas exitosas del mundo civil: empresarios, celebridades, activistas, líderes sociales. Personas con alguna base de apoyo.
La proliferación de outsiders -autoproclamados o nombrados- revela la crisis fenomenal de los partidos políticos. Instancias sin vida y sin estructura. Sin cuadros y con ideologías de papel. Impotentes más allá de las elecciones y su medio metro. Tiendas que se alquilan para sobrevivir y captar clientes y recursos. Partidos sin candidatos. Candidatos sin partido.
En la historia reciente, Correa fue el prototipo de outsider. Llegó desde “afuera”, pateando al sistema y a los partidos. En la actualidad quienes calzan mejor con la figura del outsider son el francotirador Topic, el empresario Maruri y tal vez Iza. Los demás, aunque han tenido vínculos con la esfera política, juran su independencia y diferencia con la política tradicional. Los “otros” son los malos, los sucios, los mezquinos.
Momento vertiginoso. La palabra vuelve a la ciudadanía. Confiemos que no se encandile con el show ni llene las curules con los mismos malhechores. Dados los plazos, la venta de figuras será intensa e implacable. Las ofertas populistas y los engaños edulcorados avasalladores. Tiempo para informarse, procesar y filtrar. Sobre todo filtrar.