La sociedad humana vive la paradoja del crecimiento sin equidad, y como resultado el desperdicio descomunal, que llena de basura no solo los tachos, los ríos, las playas y plazas de las ciudades, sino de inmundicia extrema tanto en países ricos como en vías de desarrollo.
Este desmadre global -denunciado por ecologistas y políticos verdes- no ha disminuido la desquiciante tarea de comprar, arrojar objetos contaminantes y comida sin consumir mientras miles de emigrantes –hambrientos de esperanza– presionan las fronteras de las grandes potencias en busca de oportunidades.
La sociedad del desperdicio ha desnudado una tragedia anunciada en un mundo saturado de abundancia y de inequidades que bordean la irracionalidad: pobreza y pobreza extrema, destrucción de los ecosistemas, desaparición de especies, deshielo de los glaciares, aumento de nivel de los océanos en el contexto de un cambio climático atroz, que producen sequías e inundaciones, que anuncian la desaparición paulatina de la especie humana.
La pregunta es obvia: ¿qué estamos haciendo para detener o mitigar -a nivel internacional, regional y nacional- el consumo de recursos para tirarlos a la basura?
Las estadísticas sobre este fenómeno son brutales, pero hay una evidencia: el progreso ilimitado, que dilapida recursos naturales sin conciencia, está signado por el fracaso. Los informes científicos -con apoyo de la inteligencia artificial- así concluyen. Entretanto, subyacen en nuestros escenarios próximos -la familia, los campos y ciudades- retos que, como ciudadanos, debemos asumir para no convertirnos en un plazo cercano en una generación de “desperdiciadores”.
Alternativas concretas son, entre otras: evitar el desperdicio del agua, clasificar y reciclar la basura (papel, pañales, vidrios, plásticos, alimentos, pilas y chatarra electrónica); fomentar la agricultura urbana, sembrar árboles en especial los de origen andino… ¡Y que las empresas no destruyan aparatos nuevos que no se venden, para dárselos a los que no tienen nada!
¡Urgen leyes para regular los despilfarros, y buscar con inteligencia política y ética más equidad en ciudades cuidadoras!