El silencio que nos acogió el miércoles 21 de febrero, será histórico. Durante los más de 50 años de vida, de lo que llamaban el campo aéreo, los motores de las naves, en un gran sector de la ciudad, eran como un marca pasos. Por esto los cientos de fotógrafos profesionales e improvisados la tarde del martes no era inusual: se despedían de una era. Así tenía que ser, el aeropuerto nos quedaba chico y por su localización era inseguro.
El viaje al aeropuerto se convirtió en una expedición familiar para dejar al pariente, en el comienzo de su expedición. Con el tiempo, este movimiento varió de ritmo; cada vez era más frecuente el viaje solitario hacia el, ahora, antiguo, Mariscal Sucre. Obviamente era cómodo, central, incomparable, sobre todo para los viajes internos nacionales, muy comunes para el desarrollo de actividades económicas de importancia, tema que no se puede menospreciar, ya que el tiempo vale oro. La globalización ha cambiado nuestros horizontes y hoy, los viajes de trabajo y turismo, cada vez tienen fronteras más lejanas. Es simple, cambiaremos el chip, somos animales de costumbres y nos caracterizamos como un pueblo inteligente. Todo lo anterior, si la planificación y la fecha de apertura fueron bien planificadas. Queremos desarrollo y el NAIQ representa crecimiento y desarrollo. El silencio que nos envuelve encierra un silencio inconveniente. ¿Por qué no recordamos con sinceridad la historia verdadera de este logro? ¿Se comenta desde hace cuántos años se planificó este nuevo aeropuerto? ¿Se recuerda a los alcaldes que siguieron con este proyecto hasta que Paco Moncayo, con el alcalde actual como concejal, hizo realidad el inicio de su construcción? ¿En la inmensa placa que se descubrió ayer se escriben los nombres de presidentes y alcaldes gracias a los cuales hoy vemos una realidad? ¿Sinceramente, como autoridades y ciudadanos reconocemos a estos valientes que se decidieron, inclusive con fuerte oposición, a comenzar la monumental obra, pero con vías que estuvieran listas al mismo tiempo? Extrañaremos el viejo aeropuerto y con el tiempo, le tomaremos cariño y agradecimiento al nuevo, pero no todos estamos de acuerdo con el silencio y la falta de sinceridad contando una historia a medias de un momento histórico para la ciudad. Sus puertas se abren hacia cielos por conquistar pero por rumbos inciertos que comenzarán a completarse considerando la importancia de la obra, como el puente sobre el Chiche, en 509 días.
El nuevo aeropuerto es una gran obra, indispensable, reconozcámoslo es obra y esfuerzo de todos, incluyendo la ciudadanía quiteña, merecedora de un aeropuerto 100% funcional, con vías operativas desde ya para vislumbrar un mejor futuro. Hay silencios que se aprecian, mientras otros distorsionan los grandes momentos históricos.