Aquel experimento iniciado hace más de 40 años en el norte de África, que permitió que un extravagante coronel se entronice en el poder y mantenga un férreo control de su país, está llegando a su fin. Quizás ese caso, como ningún otro, muestra la doble moral con la que actúan los dirigentes políticos y personalidades de todo el orbe cuando existen intereses de por medio. El sátrapa de Trípoli era un ícono de la izquierda. Lo es aún para un similar personaje que compite con él, por lo estrafalario y su virulencia, desde el Caribe. A pesar de haberse comprobado su ayuda a grupos terroristas que ensangrentaron diversas regiones del mundo, nunca fue condenado por su accionar. Supuestamente el silencio era el pago por los entrenamientos que “grupos amigos” recibían en el país árabe. Pero más allá de eso jamás se pronunciaron por los excesos de un régimen que, mientras permitía el acumulamiento de riquezas de su séquito hasta límites insospechables, mantenía a las mayorías de su país al filo de la pobreza. Bastaba que el supuesto líder se pronunciase desde cualquier escenario en contra de los demonios que les eran comunes, para que olviden que su revolución no era sino la imposición de un grupo dispuesto a saquear su país en perjuicio general.
Pero esa permisiva actitud con tan negativo personaje no es únicamente imputable a los que se declaran “progresistas”. El circuito financiero internacional fue permeable para que se escondan las fortunas mal habidas, los gobernantes de países ricos miraron hacia otro lado cuando hacían negocios con el dictador sin preocuparse por el pueblo libio. No tuvieron escrúpulos para, cuando el régimen abrió las puertas a las compañías extranjeras, permitir que empresas de sus países realizaran negocios altamente beneficiosos para el clan gobernante.
¿Qué dirán los “intelectuales” zurdos al saber que defendían a un dictador cuyos hijos daban fiestas en lugares exclusivos del Viejo Continente, con celebridades contratadas de manera privada por sumas estrambóticas? ¿Qué esquema defendían al percibir que dicha revolución era dirigida por hijos del dictador que aspiraban a una sucesión dinástica en pleno siglo XXI? ¿Qué argumentarán ante los cientos de muertos producidos por aferrarse al poder cuando varios países de esa Región les dieron la espalda? ¿Cómo justificarán la contratación de mercenarios para disparar contra su propio pueblo?
Nadie puede garantizar que la Coalición que dirigirá el país en el futuro inmediato será mejor que el gobernante depuesto. Ojalá, en bien del pueblo libio, acceda al poder un grupo que le permita superar sus problemas en un ambiente de verdadera libertad y tolerancia. Para el resto del orbe, habrá que esperar más sindéresis en sus acciones. Los países grandes deberían impedir tratos con estos arteros, así sus empresas dejen de realizar pingües ganancias.