El Tiempo, Colombia, GDA
Se sabe desde la prehistoria –fue lo primero que supo el hombre sobre la Tierra, y al parecer será también lo último– que no hay nada peor que un chiste con aclaración o con nota de pie de página. Con eso que se suele llamar ‘la didascalia’: la explicación, en un papelito al lado de las cosas, del sentido de las cosas, de su significado y su alcance. El esfuerzo explícito, y a veces letal, ahí está el problema, por asegurarse de que todo el mundo haya entendido lo que debía estar implícito.
Ahora: no es que toda explicación del humor, por sí sola, esté mal. No. Pero creo que aquí debería valer también una premisa que acaso, o no sé, valga en el arte, sobre todo en el arte contemporáneo y en las complejas discusiones teóricas que lo hacen existir y funcionar. La premisa es esta, más o menos: solo si la aclaración explícita, por llamarla de alguna manera, hace parte de la obra misma o la complementa y la define y le añade un elemento que no se puede formular sino de esa forma, solo así tiene sentido.
El humor debe sostenerse y explicarse solo; como el arte, porque en el fondo también lo es, y en grado sumo. Debe ocurrir o no ocurrir como el milagro que es, sin que se necesite de ninguna ayuda externa que le cuente a nadie lo que se supone que ya está dado allí, todo. Porque la esencia del humor se evapora, de inmediato, cuando alguien la explica o la señala. Y si la explicación era necesaria, entonces es porque el humor no dio en el blanco. Todo chiste explicado es un fracaso de la humanidad.
Por eso leo con alarma que la popular red social Facebook esté probando un recurso que no tardará en imponerse sin remedio, y que de seguro muchos otros espacios similares van a copiar como un expediente inevitable para excusar su responsabilidad frente a la información que difunden y frente a las inesperadas y absurdas reacciones que dicha información puede suscitar en sus usuarios. Es un recurso a la vez sencillo y descorazonador que consiste en aclarar cuándo una noticia que uno ve colgada es verdadera, y cuándo es satírica.
Cuando leí la noticia, de hecho, pensé que era una sátira: ‘Facebook prueba una etiqueta de ‘sátira’ para evitar que sus usuarios se confundan…’, decía el titular. Solo que no lo estaba leyendo en el sitio satírico The Onion sino en la BBC, la cual explica, en su tono de siempre, que la decisión se ha tomado por la creciente imposibilidad de la gente para distinguir la frontera entra la ficción y la realidad, entre el chiste y la información. “Historias satíricas han provocado confusión y rabia entre algunos usuarios”, dice un portavoz de Facebook.
Por esa razón, dentro de muy poco, le van a poner risas grabadas al mundo: para que nadie se quede aquí sin saber cuándo las cosas son en serio y cuándo en broma; cuándo hay ironía y cuándo no. Algunos dirán (yo también lo dije al principio) que es una medida ofensiva y totalitaria: una especie de curaduría mental que se impone como el reconocimiento más amargo de la estupidez humana, de nuestra falta de intuición y sensibilidad y sutileza.