Un cuento (o no) de Navidad

En el puerto inglés de Liverpool –dice uno ese nombre y es imposible no creer en los milagros– se acaba de inaugurar una estatua de fibra de vidrio diseñada por Andy Edwards con un título urgente y musical: All together now (Todos juntos ya). Por ahora está puesta en la iglesia de San Lucas, que desde 1941 es una ruina que conmemora los estragos de la guerra, y en ella se ve a un par de soldados dándose la mano frente a frente; ambos de abrigo largo, en invierno. Justo en medio de los dos hay un balón.

La estatua viajará a los campos de Flandes, en Bélgica, y allí se va a quedar como lo que es: el recuerdo de un instante que quizás ocurrió, y yo tengo fe en que sí, hace casi cien años durante la Primera Guerra Mundial. Un instante que aun si no fue del todo cierto –ninguno lo es, todos están siempre teñidos a cuatro manos por la ficción y la realidad–, merece serlo.

Dos soldados frente a frente y un balón. Diciembre de 1914 en los campos de Flandes y en muchos otros lugares del Frente Occidental. La guerra lleva casi cinco meses: una guerra atroz e inesperada que le estalló en las manos a Europa. Y todos creyeron que esa guerra iba a durar apenas unos días, un par de meses a lo sumo, y que muy pronto todos estarían de regreso en su casa.

Pero no fue así y no lo sería por los próximos cuatro años. En diciembre de 1914, con casi cinco meses de guerra a cuestas, ya todos sabían que esa guerra iba a ser para siempre, un guayabo que dura hasta hoy. La ilusión alemana de librarla y ganarla en unos pocos días, como un relámpago, se hundió en la primera batalla del Marne, en septiembre, cuando los franceses y los ingleses se levantaron del lodo y lograron darle un duro golpe al ejército del káiser Guillermo. Empezó así la ‘guerra de trincheras’, el fin del mundo.

Porque ahora los soldados estaban condenados a vivir bajo la tierra , casi sin poder moverse, o corriendo apenas unos pocos metros entre las balas: entre esas tempestades de acero de las que habló Ernst Jünger, que las atravesó y sobrevivió y con ellas, con su recuerdo y su dolor, hizo uno de los libros más hermosos de ese y de todos los tiempos, Tempestades de acero. En él se cuenta la vida en las trincheras: los ojos del enemigo al otro lado del espejo; el abismo que los separa, la tierra de nadie.

Fue allí donde hace casi cien años ocurrió esta historia de Navidad. La cuento como la conté aquí mismo hace unos meses: primero fueron las risas, luego las canciones, luego el silencio. Era el 24 de diciembre de 1914. De lado y lado los soldados recordaron que pronto sería Nochebuena. Entonces volvieron a cantar, al acecho de una respuesta; como quien dispara una bala al aire, solo que esta vez para no disparar ninguna más. Al menos no por esa noche, no en Navidad.

Los soldados fueron a darse la mano en tierra de nadie. Y alguien puso allí un balón y todos empezaron a jugar con él. El fútbol como la continuación (y la supresión y el olvido) de la guerra. Una Tregua de Navidad hace casi cien años. Feliz Navidad.

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