Seguir muertos

El Tiempo, Colombia, GDA

Un sabio me contó hace un par de días una anécdota épica del poeta piedracielista Jorge Rojas, al que alguna vez le llegó la noticia falsa de que un amigo suyo se había muerto en el exterior. Pasaron los años, como casi siempre, y un día el poeta Rojas se encontró por la calle con su amigo, el difunto que no lo había sido. Entonces el tipo le dijo: “Oiga, poeta, qué bueno verlo, tanto tiempo. Pero lo noto como envejecido, como enfermo...”. A lo que el poeta Rojas respondió con displicencia: “Sí, pero yo por lo menos estoy vivo...”.

Me gusta mucho la poesía de Jorge Rojas, pero estoy por creer que esa respuesta es quizás su mejor verso: un epitafio perfecto, puesto en el cuello de ese muerto impertinente y fallido que ahora tenía el descaro de ir por el mundo criticando a los vivos; una elegía al revés, no por haberse ido sino por haberse quedado. Eso sí: el pobre tipo no debió de entender qué era lo que le decía el poeta Rojas, pero eso es lo de menos: el poeta Rojas sí lo entendía muy bien, y nadie podía quitarle ya la dicha y la satisfacción de esa venganza ejecutada con sutileza y maestría.

Supongo que algo parecido les ha de pasar a todos esos personajes famosos que no han podido bajar tranquilos al sepulcro, como quería Bolívar, porque en el mundo se quedan millones de sobrevivientes que se niegan a reconocer que esos muertos ilustres y a veces también siniestros se murieron de verdad y para siempre, y entonces su muerte queda envuelta en el manto de absurdas teorías.

Hay quienes están convencidos, por ejemplo, de que Elvis Presley no murió en agosto de 1977, como una parte del mundo lo creyó entonces con evidente ingenuidad. No. La verdad suele ser siempre más compleja y apasionante, y Elvis decidió fingir su muerte y alejarse de todo y renunciar a su fama y a su riqueza para volverse un agente encubierto de la CIA y cumplir así la misión secreta de combatir a los comunistas que le encomendó el presidente Nixon. Hoy Elvis tiene 80 años y vive en Las Vegas.

Durante más de dos siglos, en Francia hubo un misterio parecido: el de Luis XVII, el hijo de Luis XVI y María Antonieta de Austria. La historia oficial decía que murió en prisión enfermo y envilecido por el gobierno revolucionario, pero muchos se negaron a aceptar esa versión y en cambio tejieron mil leyendas: que el ‘Delfín’ había escapado y ahora era un refinado naturalista en los EE.UU. En el año 2000 una prueba de ADN confirmó que el pobre Rey había muerto en prisión, envilecido y enfermo.

No importa: hay quienes se resisten a creer que las cosas puedan ser como parecen, como nos las cuentan, como ocurrieron. No: todo es fruto de alguna conspiración truculenta. ¿Michael Jackson? Hoy es un ermitaño blanco y austero que vive en el campo; y hay quienes aseguran haberlo visto convertido en mujer. ¿Jimi Hendrix? Está en el Perú, vende Inca Kola. Su vida después de la muerte es un ejemplo de vida y de superación.

Pero quizás no haya mejor historia que la de Adolfo Hitler, ahora que se cumplen 70 años de su derrota y su presunta muerte. No: él viajó a la Argentina.