Las revoluciones de verdad desafían a Dios y a los guardianes del poder. Llegan precedidas por un vendaval de nuevas ideas que va minando a las falsas creencias. Tal fue el caso de la Revolución Francesa, que empezó mucho antes del asalto a la Bastilla con la obra de los enciclopedistas, quienes prepararon la caída de la monarquía y el triunfo de la Diosa Razón.
Para respirar esa atmósfera de cambio desde un carruaje en marcha nada mejor que la lectura de ‘Hombres buenos’, flamante novela del español Arturo Pérez-Reverte. La trama se desarrolla pocos años antes del estallido de la revolución y es de una simpleza ejemplar: la Academia de la Lengua Española ha encargado a dos de sus miembros que viajen a París a adquirir la edición original de la famosa ‘Encyclopedie’, que reúne los conocimientos más avanzados de la época y que ha sido prohibida por la Iglesia, como corresponde.
La sabiduría de Pérez-Reverte es haber creado dos personajes discretos, dos hombres buenos: el bibliotecario de fe católica, pero abierto al diálogo y a las nuevas ideas; y el libre pensador y exmarino de armas tomar, pero tolerante y proclive a la amistad.
Vista desde el presente del narrador, esa misión, que parece casi de trámite, estaba cargada de simbolismo, pues consistía en importar a la España autoritaria y fanática (de la que formábamos parte los quiteños y cuya herencia espiritual no se borró con la Independencia) los vientos del progreso y la razón. Mezcla de historia y ficción, de pasado y presente, en un juego posmoderno, el autor nos va contando al mismo tiempo los avatares de la creación, el cómo fue investigando los documentos y los lugares donde ubicaría luego las escenas surtidas de pistolas y espadas, pues no olvidemos que es un gran cultor de la novela de aventuras al estilo del Capitán Alatriste.
Pero ese es tan solo el esqueleto de la trama, pues la pulpa jugosa son los diálogos y la amistad que va creciendo entre los dos académicos a lo largo de un viaje plagado de peligros, que remata en el París de los salones intelectuales y de los barrios de mala muerte donde germina la insurrección que arrasará con el ‘ancien régime’. En síntesis, un novelón de este también académico de la lengua que domina las técnicas de la novela y el arte de entretener.
No bien cerraba las tapas de su libro, iniciaba yo ‘El año del verano que nunca llegó’, del colombiano William Ospina, quien anduvo por aquí la semana pasada. Esta novela de no ficción, donde el autor se convierte en personaje, sucede en una Europa aún conmocionada por el baño de sangre de las guerras napoleónicas. Bajo la ceniza de una erupción lejana se está gestando otra revolución de verdad, la del romanticismo, encabezada por personajes tan fantásticos, creativos y desenfrenados como Lord Byron, Shelley, sus mujeres y sus amigos, jóvenes antorchas que marcarán con el fuego de la poesía la mitología pagana del siglo XIX.