Cuando un periodista de opinión mantiene por años una columna en un Diario como EL COMERCIO, cada vez es mayor la responsabilidad que se asigna a tiempo que se sabe sujeto de un privilegio. Cuando uno no debe nada a nadie ni espera nada de nadie, inclusive es respetable un cambio de opinión.
En momentos en que en Colombia al presidente Duque, heredero de Uribe, se lo ve enfrentado a una movilización popular, nacional, de rechazo a su gestión y roto el diálogo, nosotros aquí con Guillermo Lasso quien llegó a la Presidencia con las justas y hoy goza de una aceptación en niveles nunca vistos. No es para menos: la gente lo ve como un hombre bondadoso que huye de las confrontaciones inútiles y contraproducentes, su poder en el respeto a la Constitución, siempre tratando de hallar coincidencias con quienes se le oponen. ¿Así quién no se deja gobernar? Su ambicioso programa de vacunación contra el covid 19 en camino a llegar a las metas anunciadas. Una magnífica ministra de Educación dirigiendo el retorno de niños y jóvenes a sus escuelas y colegios. Superado el paro de los transportistas en Guayaquil. La Conaie en el plan de no imponer nada como no sea dialogar con el Gobierno en búsqueda de acuerdos posibles. Sí, Guillermo Lasso es católico, pero eso sí con la conciencia plena de Jefe de un Estado Laico. Debe viajar a los Estados Unidos por motivos de salud. Se le asegura una recuperación total. ¡Que así sea! El país requiere de su presencia, amigable, sonriente, en buena parte debido a que encontró la mujer de su vida, la otra mitad de la leyenda griega.
Los ecuatorianos hemos tenido el acierto de elegir Presidente a quien con bondad y entereza va a dirigir la nave del Estado en tiempos tan difíciles, los actuales. De ello están igualmente consientes los organismos internacionales. Elegirle a Lasso no fue optar por el mal menor. En el Perú quienes han votado por Keiko Fujimori lo han hecho llevados por tal consideración, sacramentada por Vargas Llosa. Para cuando escribo este artículo, la diferencia entre Castillo y Fujimori es de apenas décimas de punto. El Perú dividido en dos, a partes casi iguales. La una, continuar con lo mismo y desde cuando en el Perú hispánico se inició el espantoso régimen colonial: el Virreinato de Lima, la Costa de espaldas a una historia centenaria, la del Imperio de los Incas, caso único de gestión política en el que las líneas maestras de desarrollo estaban orientadas al bien común, al de todos. La otra mitad, la que representa Pedro Castillo, un modesto profesor de escuela, la izquierda latinoamericana, la que siempre ha pretendido llegar a la justicia social sin libertad. Castillo tiene el indudable mérito de haber convocado a quienes en el Perú tienen hambre y sed de justicia. En esas nos hallamos colombianos, ecuatorianos y peruanos.