Los científicos del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UDLA, César Paz y Miño y Andrés López, acaban de publicar los resultados de una evaluación de los impactos de las aspersiones de glifosato realizadas por el Gobierno de Colombia entre los años 2000 y 2006 en la zona fronteriza con el Ecuador. Su estudio fue desarrollado en 10 comunidades de la provincia de Sucumbíos y midió los efectos de las aspersiones en personas, plantas, animales, suelos, agua y microorganismos. Sus conclusiones son terminantes y confirman los graves daños que las acciones del Estado colombiano causaron en la región fronteriza. Hay una evidencia incontrastable de que las fumigaciones de glifosato causaron alteraciones genéticas en la población que derivarán, tarde o temprano, en cáncer, malformaciones e infertilidad. Llama seriamente la atención que el Estado ecuatoriano, en su afán de recomponer las relaciones políticas y diplomáticas con Colombia, haya desalentado el conocimiento y discusión de este informe y no lo haya incorporado como evidencia en el proceso que sigue contra Colombia en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
Las relaciones con Colombia han avanzado dramáticamente en estos últimos tiempos. La llegada de Juan Manuel Santos permitió superar el encono e irracionalidad que fijó la dinámica entre los presidentes Correa y Uribe y creó condiciones para lograr el acercamiento entre las dos naciones. Los vínculos diplomáticos fueron restablecidos plenamente y hay un importante esfuerzo en curso para recobrar los niveles de confianza tradicionales. Uno de los factores que facilitó el proceso de reencuentro es el abierto y desenfadado pragmatismo del nuevo Presidente colombiano. A diferencia de Álvaro Uribe que buscó siempre liderar una tendencia ideológica en el continente y confrontó, sin ambages, el avance geopolítico del populismo autoritario de Chávez y sus adláteres, Santos es un hombre práctico y frío que coloca los intereses materiales de Colombia por encima de principios e ideologías. Sus forzadas apologías del comandante Chávez, Cristina Kirchner o Rafael Correa prueban esta hipótesis y confirman los nuevos rasgos de la política exterior colombiana.
Más allá de algunas lamentables vicisitudes políticas y diplomáticas, Colombia y Ecuador han mantenido vínculos muy fuertes y han observado siempre un respeto mutuo. Eso supone que Colombia asuma ahora la responsabilidad por sus acciones y proceda a subsanar en parte los daños irrogados por las aspersiones . Si bien existen graves perjuicios a la salud y al medioambiente que no admiten reparación, el Estado colombiano está obligado, moral y legalmente, a indemnizar a las familias que sufren las consecuencias de su error.