Llevamos 40 años cuestionando al populismo y, en lugar de disminuir, sigue creciendo con diversos rostros. ¿Cuál es la clave de su encanto? Veamos. Populista hasta la médula de los huesos, Abdalá Bucaram tenía mucho talento para los apodos y las consignas. A un diputado que lucía un tosco injerto de cabello le llamó “cabeza de maceta”, y de un presidente dijo que tenía “nariz de tiza de sastre”. Sin embargo, la frase genial, que sintetiza algunos tomos de estudios sobre el populismo, la soltó en la campaña triunfal del 96: “Votar por mí es como rayar con un tillo un Mercedes Benz”.
Mejor, imposible, salvo que muchos creían que ese enfoque se aplicaba solo a estas tierras tropicales donde el autoritarismo, la desigualdad y el resentimiento campean y son el caldo de cultivo para caudillos como el coronel Chávez, cuyos desplantes mantuvieron embelesados a los camisas rojas mientras, en nombre de Bolívar, dilapidaba y desfalcaba la más grande fortuna que se ha visto por estos lados. Pero el referéndum inglés y la campaña electoral de Estados Unidos muestran que en todas partes se cuecen las habas de la demagogia, la irresponsabilidad y el odio.
Analizando la tóxica campaña del Brexit, John Carlin habla de votantes con banderas como ‘hooligans’ poco educados a quienes “el populismo idiotizó, envalentonó y les sacó lo peor de sí”. A las mentiras sobre las prebendas económicas que les traería el independizarse de Europa, y al rechazo a la inmigración, hay que añadir un factor que se encuentra en otras elecciones: ese voto autodestructivo que expresa el resentimiento y la amargura del tipo ‘aquí nos jodemos todos, a ver si les gusta’.
Para diferenciar conceptos, Barack Obama explica que hasta él podría tener que incurrir en alguna política populista, pero lo de Trump es xenofobia pura y dura. Reconoce Obama que la apertura ha tenido también duras consecuencias de “destrucción de empleo y competencia feroz que rebaja los salarios y los derechos de los trabajadores”. Sin embargo, la solución no es el proteccionismo que promete Trump; mucho menos el eslogan imperial de una ‘Great America’ que imponga a la brava su poder a China y al resto del mundo.
Donald, un ignorante en política exterior y en administración pública, apunta su propaganda a remover los prejuicios y rencores que anidan en ciertas capas del electorado blanco, poco educado y desafortunado. Así, mientras los populistas sudamericanos incentivan el odio contra los ricos, un rubio de la élite de Nueva York exacerba el odio contra los mexicanos, los musulmanes y los migrantes en general, empatando con el renacimiento del fascismo europeo.
Por ahora son consignas que definen su fuerte perfil electoral ante una desangelada Hillary. Pero si llega a ganar es probable que recule, tal como lo hiciera Abdalá cuando incorporó a su Gobierno a poderosos oligarcas cuyos Mercedes fueron rayados (simbólicamente) en la campaña.
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