Rafael, el tirano

Nació en tierra caliente, tierra generosa y fértil en el interior, protegida en sus contornos sinuosos por un océano bello y también exuberante. La familia, de clase media, debió luchar para salir adelante con su prole. Él, desde muy joven, apuntó alto, más alto incluso que las brillantes constelaciones que refulgían en aquellos cielos claros y despejados de su niñez, libres de la contaminación luminosa que llegaría con la expansión de las grandes ciudades.

Su patria malvivía entre sobresaltos políticos, con cambios abruptos de gobierno, golpes de Estado a la orden del día y escándalos salpicados de corrupción. El pueblo sufría las consecuencias de aquella inestabilidad, mientras que los políticos, aquellos seres codiciosos y despreciables, traidores por excelencia, se forraban con dinero público y desaparecían ellos y sus cuentas cargadas de ceros con rumbo a los nuevos y apetecidos paraísos fiscales.

Por esas injusticias, por ese latrocinio perpetuo, Rafael sintió el llamado. Su carrera política fue vertiginosa, pues siendo aún muy joven se convirtió en la gran sorpresa de una elección presidencial en la que triunfaría con amplitud, aunque aquella victoria electoral siempre llevaría encima la sombra dudosa de un enorme fraude electoral perpetrado a su favor.

Su temperamento fogoso, iracundo, y también su instinto sagaz, lo convirtieron en un tirano tan pronto como asumió el poder. Instauró la política del “divide y vencerás”, y no tuvo en el menor empacho en deshacerse de sus principales enemigos, opositores y contradictores. Su partido, el único aceptado y permitido, protegía y bendecía a sus miembros, mientras condenaba sin titubeos tanto a apóstatas como a renegados.

En sus pesadillas, Rafael se veía lejos de la patria, exiliado, perseguido y amenazado por sus enemigos, y pensaba que, en esas circunstancias, su destino sin dudarlo sería Bélgica, la tierra que había recibido a su hijo, a su delfín, cuando lo aquejaron graves quebrantos en su salud.
El tirano había jurado desde el inicio que se quedaría en el poder toda la vida. Y lo cumplió.

Gobernó con mano de hierro. Eso sí, en varias ocasiones necesitó usar a uno que otro fantoche para se ciñera la banda, por aquello del qué dirán… Pero el poder, sin duda, siempre fue suyo, y fueron suyas también las muertes de miles personas, las ejecuciones, desapariciones y torturas; y fueron suyas las violaciones y desfloraciones que practicaba casi a diario con las mujeres y jóvenes bellas de la sociedad.

Rafael Leónidas Trujillo, el tirano que gobernó República Dominicana durante más de treinta años, fue retratado de forma magistral en la novela ‘La Fiesta del Chivo’, del escritor Mario Vargas Llosa, publicada por primera ocasión en el año 2000, y más tarde traducida a varios idiomas y llevada al teatro y al cine. Su lectura, y mejor aún, su relectura, nos permite paladear otra obra cumbre de la literatura latinoamericana sobre los tiranos que han asolado estas tierras.

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