El reciente caso Delgado-Duzac-Hinostroza y Cía. encierra en un combo todos los males que un régimen, que funciona sin límite alguno, puede engendrar.
Empecemos por la familia cercana. Abundaron en el pasado, casos en los cuales el Presidente nombró a sus familiares cercanos para cargos altos en la administración pública. Recuerdo al caricaturesco Napoleón Villa y a su séquito, como causantes de más de un rubor y protesta capitalina. Pero antes hubo otros más – el de Jacobito y su millón de dólares fue emblemático–. El nepotismo fue un mal endémico de la última quincena de años.
Sin embargo, a diferencia de otros gobiernos, que no se dedicaban a racionalizar aquello que carecía de razón (o al menos lo hacían con menos recursos), acá se explica que el parentesco es de segundo grado con el implicado y que Correa no conocía al “agraviado”, sino hasta que se instaló en Quito, como si este argumento hiciera alguna diferencia.
En ningún otro momento histórico se había institucionalizado -a pesar de la desinstitucionalización de todo lo que en verdad importa- el disimulo como política de Estado.
La lógica de este Gobierno es sencilla. Funcionario acusado de corrupción, debe ser homenajeado con los altos honores revolucionarios. La ética del correísmo dicta que ante denuncias graves y fundamentadas, cuando se trata de la más alta esfera, se debe aplicar un férreo espíritu de cuerpo, jamás la investigación o sanción. Hay que cerrar filas alrededor de la víctima-victimario con todo el músculo acumulado.
Esto es simple, al fin y al cabo, el Gobierno arrasó con todas las instancias que pudieran haber fiscalizado y ahora opera en una suerte de desierto con espejos, en el cual a la única que rinde cuentas, es a su popularidad medida en las encuestas. Sin embargo, al haber hecho tabla rasa del Estado, impide que este se depure. A la larga, y como al enfermo que no sutura sus heridas, le podría dar una septicemia grave.
Y claro, está el capítulo Hinostroza. Un Gobierno que incita a la violencia mostrando fotos de sus supuestos enemigos públicos y estimula a la ciudadanía a combatirlos, tiene nula legitimidad moral para condolerse con la víctima amenazada por investigar las irregularidades. Las palabras dichas por quien seguramente escribió el guión de las “coloraditas de Telemazonas” resultan de risa.
La ausencia de fiscalización y la guerra contra los medios ha rendido frutos. Ante el escándalo, marcha y ante la baja periodística, falsa solidaridad.
Cuando acciones anómalas son perceptibles a kilómetros de distancia, parece que montajes como el de la marcha empiezan a verse por lo que son: escenarios colocados con gente retribuida para aplaudir y corear en el momento en que lo dicta el guión.