¿Y presupuesto educativo?
Si no hay cambio educativo, se ampliará a niveles gigantescos la tradicional brecha entre los países denominados “desarrollados” y el nuestro. Seremos un estado y sociedad inviables. Quedaremos, como ya sucede con algunos países africanos ricos en recursos naturales, en calidad de plataformas contaminadas y llenas de pobres, de dónde se extraen minerales que sustentan la mega producción de las transnacionales que se apropian de la cuarta revolución industrial.
Pero cómo se puede dar un giro a este probable destino. Dando un vuelco radical a nuestra comprensión y acción sobre la política pública en economía y educación. Y para esto conviene abrir un debate. Tomo por base a dos agudos pensadores contemporáneos.
Para nuestro filósofo Bolívar Echeverría, la cultura, (y de suyo la educación que es un vital instrumento para producirla), no es un factor colateral y marginal de la realidad y de la economía. Cultura y economía, en sus orígenes, son dos caras de una misma moneda. Son dos elementos interactivos de un núcleo vibrante que produce y reproduce la vida social.
De esta manera, podemos señalar, que la gente produce, consume y se relaciona con el medio, en el marco de su cultura y de los contextos históricos y espaciales en los que le ha tocado vivir. Privilegia la vida, la comunidad, el ser humano. Más adelante se altera el proceso, se introduce la lógica y protagonismo del capital y del poder, se generan relaciones, explotación de los seres humanos y de depredación de la naturaleza. La restitución de la relación economía y cultura, re coloca como eje de las políticas al ser humano y su relación armónica con el planeta.
Para J. Stiglitz, premio Nobel en economía, el centro de las políticas económicas y de desarrollo deben ser las políticas educativas: “El ritmo de aprendizaje (innovación) (de una sociedad) es el determinante más importante para los aumentos de los niveles de vida… Todo esto pone de manifiesto que uno de los objetivos de la política económica debería consistir en crear políticas y estructuras económicas que mejoren tanto el aprendizaje como los efectos del mismo… entonces comprender los procesos del aprendizaje y la innovación…debería encontrarse en el núcleo del análisis económico” (Stiglitz & Greenwald, 2015).
Hay que superar la mirada economicista y fiscalista de la realidad, privilegiar la educación y no restarle recursos. Pero el tema va más allá. Nos remite a la misma pregunta: ¿Qué país queremos? ¿Vamos a continuar con el viejo modelo extractivista o impulsaremos una nueva economía-cultura a través del talento humano y de otras alternativas amigables con el medio?
Mientras se abre este debate, la educación no espera. En la coyuntura hay que llegar a compromisos básicos para el cambio educativo. Tales deben reflejarse inmediatamente en el Acuerdo Nacional por la Educación y en el presupuesto estatal para el 2020.
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